miércoles, 30 de marzo de 2011

Receta de Tartar de sardinas de cubo al vermouth (Desastres de la Guerra…civil española) Capítulo I

Receta de Tartar de sardinas de cubo al vermouth (Desastres de la Guerra…civil española) Capítulo I

Geometría de las sardinas

Receta de Tartar de sardinas de cubo al vermouth

La yema, un punto de color


Ingredientes:

Cuatro Sardinas de cubo
Cuatro generosas rebanadas de pan de hogaza
Pepinillos en vinagre
Dos cebollas
Perejil
Alcaparras
Un pimiento morrón
Cuatro dientes de ajo
Cuatro yemas de huevo
Un huevo entero
Una cucharada de mostaza antigua
Una botella de vermouth casero (Sería recomendable el de Ainzón)
Unas gotas de Ginebra Bombay Saphire
Sal y pimienta al gusto

Manera clásica...

o más moderna.
Pero siempre casero
Enriquece el dulce vino

Nos saltamos la prohibición del huevo


Elaboración

Un par de horas antes de la preparación del plato limpiaremos las sardinas de sus escamas y separaremos los lomos de la espinas. Una vez en filetes las dispondremos en una fuente plana para macerarlas. Verteremos sobre ellas el vermouth hasta que las cubra y añadiremos un chorrito generoso de ginebra, que como bien saben los iniciados es el licor que potencia el sabor del dulce y aromático vino. Dejaremos marinar a temperatura ambiente o si ésta es calurosa dentro del frigorífico.

Para comenzar la preparación en sí, sacaremos las sardinas del recipiente y las dejaremos reposar unos minutos sobre papel absorbente para que de manera natural expulsen los líquidos sobrantes. Una vez secas las cortaremos en pequeños cubos, como también haremos con los pepinillos, la cebolla y el pimiento. Echaremos todo a una fuente grande y le añadiremos las alcaparras remojadas en agua. Mezclaremos y salpimentaremos.

Toca un momento importante, el del allioli. Vamos a saltarnos nuestra máxima de “ni un allioli con huevo” porque nos interesa gratinarlo al final de la preparación, y sin huevo el desastre está garantizado. Así pues, en un vaso batidor introduciremos el huevo entero, tres dedos de aceite de oliva virgen extra y los cuatro dientes de ajo. Batiremos hasta que emulsione y cuaje, corregiremos de sal y añadiremos el perejil picado y la cucharadita de mostaza. Mezclaremos todo, ahora manualmente para que el efecto visual sea mejor gracias al perejil y a las semillas de mostaza.

Ser humano y sardina: una historia muy larga

El tostado nos indicará el momento idóneo


Unos minutos antes de la comida llegamos al montaje final del plato. Con ayuda de un molde serviremos en cada plato el tartar poniendo cuidado de dejar un hoyuelo en el centro en el que depositaremos con cuidado una yema de huevo crudo. Untaremos sin racanería el allioli sobre cada rebanada de pan y las introduciremos al horno con el gratinador a tope. Cuando la salsa haya cogido un poco de color es el momento de sacarlas y presentarlas bien calientes sobre el plato.

Un vino blanco Corona de Aragón con sus toques dulzones o el mismo vermouth enriquecido con una gotas de ginebra sería un acompañamiento ideal para disfrutar del manjar. Desde la humildad guerracivilesca de la sardina, la cebolla, el pan y el vermouth disfrutaremos de un lujazo para recordar a los valientes en estos tiempos en los que parecemos todos una cuadrilla de mojigatos. Salut y república para todos con el deseo de que esta receta nos evoque, aunque sea por un momento, aquellos tiempos en los que nuestros viejos llegaron a creer que otro mundo era posible.



Presentes

Preparadas

A empaparse

(Sierra de Albarracín, un invierno de los años treinta)

Un pinchazo gélido en las entrañas acompañaba cada bocanada de aire que llenaba sus pulmones. Eran sus paisajes desde la infancia, pero en aquel atardecer le resultaban extraños y distantes. Aquella balsa en el río, donde pasaban lentas las tardes de domingo al sol, ahora le escudriñaba oscura y amenazante. Los chopos de rectísimos troncos cuyas sombras refrescaban las meriendas de pan tierno y chocolate con sus primos, volcaban ahora una mirada de reproche sobre aquella figura que corría entre ellos. Las largas zancadas parecían lentas comparadas con el ritmo de las imágenes que iban sucediéndose en su mente. Si era cierto que llegada la hora de la muerte el ser humano tenía la capacidad de hacer un repaso de los momentos significativos de su vida, no le debía quedar mucho tiempo, pues recuerdos olvidados se agolpaban por aflorar en forma de postales envueltos en la penumbra que comenzaba a inundar el bosque.

Albarracín

Aúna pasado y presente


Había dejado a un lado el camino que recorría la ribera del Guadalaviar para pasar inadvertido a los labradores de los pequeños huertos que lamían el río. Conocía la senda oculta por matorrales desde que era niño. Por allí acompañaba a su anciano tío desde que tenía siete años durante los veranos. Recordaba al viejo con simpatía, pese a la fama de rancio y huraño que tenía en el pueblo. Quizá el niño sirvió al pastor como único sostén de su lado humano. Le enseñaba los secretos de la naturaleza, del clima, de la multitud de hierbas y sus aplicaciones como remedios. Para Alejandro, lejos de un sufrimiento, llegó a suponer un juego divertido el hecho de madrugar al alba y dirigirse a la paridera donde cada tarde encerraban el rebaño. Allí esperaba ya el tío Andrés con el zurrón de cuero domado por el uso y un gesto de reproche por la tardanza del crío. Los perros agrupaban al ganado, ladraban a las ovejas más perezosas y las dirigían hacia la puerta del cercado. Allí comenzaba la aventura. No se podía comparar una jornada en el monte con el viejo y las ovejas con las largas mañanas de frío en la escuela del pueblo. Aprendió a reconocer sendas ocultas por donde ascender a las cumbres peladas de la sierra.

La oscuridad inundó el bosque y la noche heló el aire de la sierra. Aprovechó para hacer el primer descanso desde que salió del pueblo. Había llegado a la zona de los desfiladeros. Rojizas rocas enormes se alternaban con los orgullosos pinos formando barranqueras empinadas por donde los rebaños ascendían fácilmente. Recuperó la respiración y con ella la conciencia de lo que estaba sucediendo. Habían llegado esa misma tarde desde Madrid. Dos coches negros y una furgoneta con la trasera cubierta por una lona. El yugo y las flechas pintados en las puertas de los vehículos con pintura blanca y bordados en descoloridas camisas que tiempo atrás habían sido azules. Ocuparon la Plaza del ayuntamiento y sin esperar invitación entraron a presentarse al alcalde. El pueblo entero se sumió en un rumor y, sin disimulo, sus habitantes se fueron recogiendo en sus casas cerrando los portones. Habían oído miles de historias sobre ellos y sus fechorías. Los utilizaba Franco para limpiar las zonas que iba conquistando el ejército. Pero esta vez la cosa pintaba peor. En el momento más crítico del invierno una ofensiva republicana había logrado la toma de la capital  de la provincia, y ahora Franco estaba preparando el terreno para su reconquista. La represión se presumía rabiosa como medida ejemplarizante, pero tras lo visto aquella tarde en Albarracín, todas las previsiones se quedaron cortas.

El alba ilumina su rojiza alma


Las cosas quedaron claras desde un principio. Las campanas de la iglesia clamaron incesantes. Los visitantes aporrearon de una en una todas las puertas advirtiendo a todo el mundo de la obligación de acudir a la plaza. Quien no estuviese allí en una hora sería ejecutado sin preguntas. Así fue, con todo el pueblo reunido frente a la escalinata, llegó una cuadrilla de falangistas arrastrando a tres vecinos. El uniformado de mayor edad, un personaje serio, canoso y enjuto se situó junto a ellos con paso calmado. Con un movimiento lento llevó la mano derecha hacia la cartuchera enlucida que brillaba en su costado izquierdo. El silencio era sepulcral. Toda la concurrencia parecía aguantar la respiración. Pudo oírse el sonido metálico del broche al liberar la pistola. La empuñó mirándola fijamente. Apuntó al cielo y fue bajando poco a poco el brazo hasta que el arma apuntó al revoltijo humano de los tres cuerpos amontonados. No hicieron falta más de tres disparos. Todos ellos dirigidos a cada una de las cabezas que se escondían bajo los brazos. El falangista regresó con el resto de su grupo mientras el cura y el alcalde pasaban a primer plano. Don José lucía la sotana brillante que reservaba durante todo el año para el día de la Fiesta Mayor. Por lo visto, aquel debía ser un gran día, porque el pueblo se dio cuenta de que el crucifijo de madera habitual que utilizaba en las extremas unciones, había sido sustituido en esa ocasión por otro de plata que siempre había permanecido bajo una hornacina con reja y candado junto al altar. Mientras el sacerdote soltaba los latinajos, el alcalde sacó una cuartilla del bolsillo y con evidentes signos de nerviosismo pasó a leer el contenido. Las advertencias eran claras. Nadie podría salir de casa entre la puesta y la salida del sol, y nadie lo haría del pueblo durante los dos días siguientes. La ejecución inmediata sería el castigo para quien no obedeciera las restricciones.

El ocaso del pueblo y su espíritu
Nostalgia de libertad

Territorio lunar

Paisajes legendarios e injustamente desconocidos


Una larga ráfaga atronó por todo el valle. El eco respondió desde los rincones que esculpía el río en forma de meandros. Pudo contar siete disparos más que fácilmente identificó como provenientes de la pistola del jefe de la cuadrilla. Debía disfrutar dando los tiros de gracia, pues sonaban distanciados, como si quisiese tomarse un tiempo para saborear cada uno de ellos. Tras la ráfaga de fusiles Alejandro reemprendió la marcha, y sin darse cuenta, el joven aceleraba el paso a cada disparo de la pistola, hasta acabar corriendo ladera arriba. No sabía calcular las horas que llevaba huyendo del pueblo, pero fueron las suficientes para que sus piernas se plegasen y cayese rendido sobre las gruesas y mullidas agujas de pino. La imagen de su madre apareció ante sus ojos, secos por el sueño y el frío viento.

Después de escena de la plaza y la lectura del comunicado del alcalde, los falangistas ordenaron dispersarse a la población. Debían encerrarse en sus casas, y de manera apresurada, el pueblo se sumió en una extraña calma. Alejandro, junto con el resto de sus hermanos y la madre pasaron el resto de la tarde esperando en silencio en la cocina junto al fuego. Una enorme olla desvencijada sobre la lumbre hervía lentamente un agua a la que habían añadido alguna de las escasas verduras que quedaban en la alacena. Unas hojas de acelga, unas zanahorias y las dos últimas patatas bailaban en el interior. La madre sabía que eso no era alimentarse, pero disimulaba el hambre y calentaba el cuerpo.

-Debes irte Alejandro- aquellas palabras se quedaron grabadas en su mente como las últimas que escuchó en boca de su madre.

Más de cien años nos contemplan

Mucho esfuerzo y coraje en su historia


Con decisión se levantó de un brinco de la silla y salió de la cocina. Alejandro sabía que de no haberlo decidido ella, nunca se habría atrevido a hacerlo. Pocos minutos después, la madre regresó con una pelliza recia que había abrigado muchos inviernos atrás al padre. Agarró el morral que aguardaba en una esquina e introdujo en él dos paquetes. Del tarro que adornaba el hogar extrajo dos billetes arrugados y se acercó a su hijo mayor para introducirlos en el bolsillo de la camisa.

-Esto para cuando llegues a Barcelona. Ahora debes irte Alejandro- ni una palabra más hizo falta. La dureza y seriedad de los gestos, y las lágrimas humedeciendo sus rostros sirvieron de despedida. Para los niños bastó con una esquiva mirada. Se colgó la bolsa al hombro y por encima se abrigó con la prenda de su padre. Salió al corral de atrás y sin mirar atrás saltó la tapia que daba a la acequia. Corrió hacia la espesura del monte y las últimas sombras de la tarde acogieron a Alejandro en su penumbra.

Nunca había sentido una mirada de orgullo sobre él como el día de su bautismo sindical. El tío Andrés se había lavado para la ocasión, y aunque remendada por su hermana vestía ropas decentes para el viaje. Salieron de buena mañana hacia la capital donde casi llegaron al mediodía. Antes incluso de comer los bocadillos que la noche anterior había preparado la madre, acudieron a la sede del sindicato. Llamó la atención del joven la enorme bandera roja y negra que colgaba del balcón de la primera planta. Parados frente a ella el tío habló desde las entrañas.

-Tu padre luchó por esto, y algún día este mundo será bueno para todos-

La reacción totalitaria...

barría la retaguardia con impunidad
Terror caliente

Un par de horas después salió la pareja por la misma puerta. Alejandro llevaba el carné en la mano y el tío le observaba en silencio con mirada orgullosa. Sabía que aquello no haría feliz a su madre, que siempre luchó porque sus hijos no siguieran el camino del padre. Pero como si fuese un mandato del destino, comprendió que aquel paso era irremediable. La historia pesaba sobre él, y aunque sólo fuese por la recompensa de la felicidad que mostraba el tío, valía la pena dar el paso. Ahora ya no valían los lamentos. Nunca ejerció de sindicalista activo ni se significó políticamente en el pueblo, pero todos supieron pronto de su nueva filiación. La república trajo libertad, pero en el mundo rural de una provincia de interior, los poderes que durante siglos oprimieron al pueblo seguían ejerciendo en silencio unos lazos de poder que nadie se atrevía a cuestionar.

La imagen de la madre agachada sobre la lumbre atizando el carbón le dio fuerza y calor suficientes para ponerse en pie. Miró a la luna, apenas una línea curva, que aparecía como una sonrisa suspendida en el cielo, y retomó la marcha hacia arriba, siempre hacia arriba.

lunes, 21 de marzo de 2011

Cocktail Unconscious Apple (Manzana inconsciente)

Cocktail Unconscious Apple (En los límites de la razón)

Cocktail inconsciencia


Ingredientes:

Una manzana reineta
Unas gotitas de limón
Dos cucharadas de vodka
Una cucharada de moscatel
Una cucharada de vermouth casero
Un golpe de sifón (soda)

Cuestión de elección


Elaboración:

Lo más artísticamente posible vaciaremos la manzana de su corazón y de gran parte de su porosa carne, dejándola a modo de recipiente sobre el que verteremos el zumo de limón para evitar que se oxide y para que penetre bien en la carne de la fruta, pues pensemos que de este cocktail se consume hasta la copa.

En un vaso mezclador, para poderlo agitar bien introduciremos el vodka, junto con los vinos dulces. Hemos elegido moscatel y vermouth por la alta calidad de los mismos en nuestra tierra aragonesa, pero el combinado aceptaría sustituirlos por otros, un Oporto e incluso un Sauternes serían válidos.

Tras agitar bien verteremos la mezcla en el hueco de la manzana, y por último le daremos la chispa final con el toque del sifón, que le aportará el toque espumoso que un buen paladar agradecerá. No se recomienda el uso de hielo en la bebida porque a temperatura ambiente la bebida penetra mejor en los poros que presenta esta variedad de manzana, pero si la opción de comerse la fruta no apetece al comensal, no hay problema en añadir hielo picado al hacer la mezcla.

No es cuestión de razones
Nucleares No
Que no


Justificación de la receta:

Dos han sido las consideraciones que hemos tenido en cuenta para la elección de la receta que nos trae hoy aquí. La primera es su carácter alcohólico y el estado alterado de consciencia que provoca su consumo, que como veremos es necesario para comprender parte del discurso. La siguiente razón hace referencia a la obra de uno de los personajes que visitaron recientemente este humilde blog. Nada menos que el Fata Morgana de don André Breton. Se trata de un poema largo que más bien adopta la forma de acumulación de citas, lugares, acciones inconexas e imágenes desubicadas que consiguen el objetivo final del autor, la definición del sentido de la vida y del mundo en el que se desarrolla (nada menos). Considerándola abierta y dinámica, no encuentra manera más acertada de acercarse a ella que a través de los límites de la consciencia. El título hace referencia a la hechicera de la saga de leyendas artúricas que ubican a esta hermanastra del rey en la isla de Avalón. Nombre proveniente de lenguas olvidadas pero que en este caso hace referencia a la abundancia de manzanos que por allí debían crecer de manera silvestre. El pensador galo no eligió como lugar para sus versos esta isla fantástica por su carácter frutero, sino porque según determina la leyenda, el lugar está siempre en continua transformación. Cambios rápidos que no soportarían  ninguna descripción, pues a cada intento la realidad habría sufrido una brutal metamorfosis que la dejaría caduca.

Lecciones de la Historia


Estando esta mañana tomando café en un bar junto a una mente esclarecida y brillante, la conversación derivó de manera natural hacia las consecuencias de la crisis nipona. El terremoto ha causado una gran conmoción en todo el mundo, pero junto al drama y los lamentos ya se vislumbran algunos de los posibles efectos positivos del mismo. Entiéndase bien lo de efectos positivos en medio de una conmoción así. Pero sin duda la reconsideración de las posturas favorables al desarrollo de la energía nuclear, es un hecho positivo. Decía nuestra amiga, cortado bien tirado en mano, que a ella no le interesaban la multitud de teorías nuclearistas basadas en la justificación cientifista y estadística. Por cada científico y teoría antinuclear que se exponga, habrá siempre otro que, partiendo de consideraciones distintas, demostrará el beneficio de la misma. Nos ha puesto un ejemplo irrebatible.

Los estadounidenses en el verano de 1945 utilizaron razones estadísticas e incluso humanitarias para justificar el lanzamiento de las bombas atómicas sobre los japoneses. El discurso no sólo es simple e inteligible, sino basado en argumentos reales, certeros y cuantificables: de no haber lanzado aquellas bombas, la guerra se habría alargado largos años, en los que mucha más cantidad de población habría muerto. Los gastos militares habrían ascendido, y el hambre y los estragos bélicos hubiesen generado un sufrimiento incomparablemente mayor que con el lanzamiento de las bombas. La idea es acertada, decía nuestra amiga, pero sólo a un mal nacido o a algún maquiavélico militante le sirve de justificación. Y no es necesario ningún otro análisis que desmienta la teoría basándose en nuevos cálculos y pruebas empíricas. El lanzamiento estuvo mal. Muy mal. No debe volverse a repetir jamás. Nada lo justifica. Y llevaba razón, porque todos los presentes teníamos la certeza de lo erróneo de aquella decisión, aún estando de acuerdo en la validez del argumento esgrimido. ¿Y por qué? ¿No somos seres racionales? Aquí viene el mensaje que queremos transmitir desde estas líneas.

¿Aprendemos?


Desde nuestro punto de vista, creemos firmemente que no somos seres racionales. Sí somos los únicos que somos capaces de utilizar la razón, pero eso no quiere decir que sea la guía de nuestros destinos. Es más, en los momentos importantes de nuestras vidas, la razón es un mecanismo al que, por suerte, casi nunca recurrimos. Nadie valora la rentabilidad de cuidar un familiar enfermo, ni la de tener un hijo (por mucho que digan que traen un pan bajo el brazo), ni la de colaborar con ONG´s. No hay justificación racional cuando nos metemos en tremendos líos por defender a un amigo. Qué razón objetiva existe para que personas acomodadas se líen el manto a la cabeza e inicien revoluciones que tumben el régimen que les beneficia. De dónde surge el sentimiento del forofo del fútbol, si un equipo hoy es una empresa y sus jugadores son mercenarios (no lo decimos peyorativamente) totalmente intercambiables.

Nosotros decimos no a la proliferación de la energía nuclear, no a la existencia de planes de investigación y fabricación de armamento moderno y no a otros muchos asuntos que además no vamos a tratar de justificar. No son necesarias largas argumentaciones lógicas que avalen nuestras posturas. No llenaremos líneas con datos que nos apoyen. Y no lo haremos porque son posiciones que no parten de esos lugares y a las que no hemos llegado con esos mecanismos intelectuales. El deseo, el miedo, el coraje, el amor…son las verdaderas guías de nuestras vidas, y el lugar donde se alojan no está en el mundo de la consciencia. Cuatro casos (dos pintores y dos pensadores) nos vienen a la cabeza sobre intentos de acercarse a esos lugares que lindando con la razón humana se encuentran inmersos en el mundo inconsciente. Sólo a través de estados alterados de consciencia (sueños, drogas, automatismos…) este cuarteto, en la primera mitad del XX, practicó con éxito, y cada uno con distinta técnica, incursiones a esos lugares del espíritu que rigen en verdad nuestros destinos, y que son insondables a través de la lógica racional. A modo de pequeños apuntes veremos respectivamente los intentos de Walter Benjamín y Paul Klee por un lado y de André Breton junto a Wilfredo Lamm por otro. Pintura y literatura, los límites son falsos, los dicta la encorsetadora razón. Invitamos hoy a la primera pareja a tomar un cocktail de manzana con nosotros, y dejamos a la segunda para otra ocasión.

Berlinés vs Consciencia


Poética desesperanza:

Pese a ser reconocido, sobre todo en los últimos tiempos, como uno de los pensadores más importantes del siglo XX, una consideración previa se debe tener en cuenta a la hora de afrontar la obra del berlinés Walter Benjamín. No encontraremos por ninguna parte una teorización filosófica, ni nada en su obra nos recuerda formalmente a un tratado tradicional. La realidad, para nuestro autor, no es abarcable a través de conceptos abstractos y definiciones estáticas. De un modo fragmentado y marginal, en el sentido de que no aborda directamente los problemas filosóficos tradicionales, sino que estos aparecen inmersos en comentarios sobre temas tan diversos como su autobiografía berlinesa; sus consideraciones sobre el mundo del arte, con referencias imprescindibles sobre la fotografía, el circo, el teatro…; incluso participó en una de las tantas experiencias con drogas habituales en la época. Esta última referencia merece la pena comentarse por lo que tiene que ver con el espíritu de estas líneas. El proyecto de consumir haschisch y reproducir sobre el papel, siguiendo los dictados del automatismo psíquico, nos recuerda el Primer Manifiesto Surrealista de Bretón. El concepto de realidad no se termina con una definición cerrada elaborada a través de un método científico. Ni experiencia, ni razón definen con plenitud la esencia de los fenómenos. Estas incursiones en el mundo de la inconsciencia son vistas por sus agentes no tanto como la búsqueda de nuevos parámetros definidores como precisamente la huída de los parámetros conocidos. No buscan rendirse ante nuevos mecanismos  ocultos y vencidos por la razón y la vigilia, sino van en busca de la total liberación de los mismos. ¿Qué diría nuestro ser esencial, el inconsciente, si actuase libre de restricciones morales, esquemas lógicos etc…?

A nuestro modo de ver dice más bien poco, como ejemplo, vale la pena reproducir aquí unas líneas del proyecto Haschisch para comprender lo dificultoso del asunto:



“A las once de la noche, Walter Benjamin, 1,0 gramos. A las doce, risa súbita, cortos y repetidos ataques de risa. "Quisiera transformarme en una montaña de ratones".”

(Walter Benjamin, Haschisch, Taurus, Madrid, 1995, pág. 141)

Pintor ante su obra


No creo que merezca la pena enredarnos en este intento de liberación racional, pues a la vista están sus escasos resultados. Pero el empeño en encontrar lugares productivos más allá del mundo de la consciencia va a continuar. Uno de ellos es el que nos llama hoy la atención, la poesía. Que el arte tiene un lugar privilegiado en la obra de Benjamín no es discutible, pero pocas veces utiliza el autor el lirismo como forma de expresión libre. Una de ellas fue la redacción de las Tesis sobre Filosofía de la Historia. En especial la Tesis en la que el autor ilumina con palabras una imagen de Klee que le sugiere una idea que reprodujimos ya hace tiempo en http://idasdecocina.blogspot.com/2010/10/walter-benjamin-angelus-novus.html , pero que insertamos de nuevo para comprender el discurso completo.

Angelus Novus


"Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. Se ve en él a un ángel al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desencajados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su cara está vuelta hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas. Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas sube ante él hacia el cielo. Tal tempestad es lo que llamamos progreso."

¿Cómo fue la historia de la pareja?


Triste y desesperante visión de la Historia que digerimos ayudados de una impresionante ambientación musical, que gracias a la traducción de Miroslav Panciutti en su página http://desconciertos3.blogspot.com/2010/09/angelus-novus.html podemos disfrutar hoy.


Hansel and Gretel están vivos y bien
viven en Berlín
Ella es camarera en un bar de copas
Él ha tenido un pequeño papel en una película de Fassbinder  
Una noche se sientan juntos a beber schnapps y ginebra  
Y ella dice: Hansel, la verdad es que me deprimes  
Y él dice: Gretel, puedes ser una perra
Y él añade: he desperdiciado mi vida con nuestra estúpida leyenda
cuando mi único amor era la bruja mala  
Ella dice: ¿Qué es la historia?  
Y él responde: La historia es un ángel empujado de espaldas hacia el futuro  
Él dice: la historia es un montón de escombros  
Y el ángel quiere regresar y arreglar las cosas
recomponer todas las cosas que se han roto  
Pero hay un huracán que sopla desde el Paraíso  
Y ese huracán arrastra al ángel de espaldas hacia el futuro.

viernes, 11 de marzo de 2011

Casa Lucio (Bautismo de huevos estrellados)

(Narración imaginada de cómo podría haber sido una iniciación de un niño cualquiera en los secretos del arte de combinar huevos con patatas. Un rito de transición a la vida adulta indispensable para todos aquellos cuyo objetivo principal en la vida sea el disfrute de sus placeres.)

Placer para iniciados


A grandes saltos bajaron las escaleras de la Plaza Mayor, que a aquellas horas bullía de turistas refugiándose de la lluvia bajo los soportales. Un manto de agua los empapaba mientras la pareja avanzaba calle abajo, concentrada en evitar los charcos más grandes y los chorros que manaban desde los tejados. Ya estaban en la calle que unos minutos antes habían buscado en el mapa, pero la distancia les engañó. Lo que en el plano parecía cercano se tradujo en unos cientos de metros que, bajo aquel chaparrón nocturno, terminaron de empaparles.


La noche era oscura y lluviosa...

Por fin apareció en objetivo frente a sus ojos. De madera granate, la fachada contaba sus viejos secretos a los transeúntes que querían escucharlos. Iluminado débilmente por unas farolas de luz amarillenta, el cartel dejaba claro que aquel establecimiento no era otro de los tantos imitadores que le habían salido por la zona. Casa Lucio, rezaba con letras de imprenta antiguas. De no saber la historia del lugar les hubiera pasado inadvertido entre tantos locales modernos que gritaban sus excelencias entre luces de neón. Ante la puerta principal el tío y el sobrino, ignorando las grandes gotas que resbalaban por sus caras, se detuvieron ritualmente, como los feligreses católicos ante su Cristo al entrar en una Iglesia. No se santiguaron, pero sus miradas se cruzaron y un gesto cómplice iluminó sus rostros.

- Dale Nene- animó el tío –abre la puerta-

Sin estridentes reclamos


Diez años realmente son pocos, pero suficientes para que aquel niño supiera que al abrir esa puerta nada en su mundo volvería a ser igual. El gusto por todo tipo de placeres lo llevaba de manera innata desde el día que nació, pero el tío había descubierto que debía regarlo poco a poco para que fuese en una dirección correcta. Los ojos del Nene se iluminaban con enorme intensidad ante cada descubrimiento. Aquella vez que se empapó por primera vez los pies en el mar, sus primeros bolazos de nieve, su primera canasta con el equipo, el primer libro terminado de principio a fin, el descubrimiento de una sala de cine, de la tortilla de patata o del salmón ahumado. Todos los recuerdos de sus bautismos ya se apelotonaban en su interior. El recorrido de su vida era breve pero el bagaje de grandes momentos ya era superior al de otros largos caminos, llenos de rutinas y seguridades. La premonición de lo que esperaba tras aquella puerta le obligó a respirar profundamente antes de presionar la manivela.

Aguardaba un elíxir secreto
Conjunción mágica


La sala de recepción estaba abarrotada. La luz y las conversaciones se amontonaban contrastando con la oscuridad de la solitaria calle. La gente se reunía allí en grandes grupos frente a una vieja barra con solera. Bebían vino y cerveza mientras esperaban suerte. Aquella noche no disfrutarían de sus fogones si no fallaba algún comensal con reserva, pero la perspectiva debía valer la pena, pues aquellas lejos de perder la paciencia, se entretenían con sus caldos y unos platillos de aceitunas que los camareros les dispensaban a cada nueva ronda. El jefe de sala (al que reconocieron por su atuendo distinto al del resto del personal) les dio la bienvenida y les condujo ante la mesa reservaba para ellos en la segunda planta. Tras colgar los empapados abrigos, el camarero encargado de aquella zona les ofreció la carta. Aunque no era necesario, pues ya sabían lo que iban a cenar, ambos abrieron la carpeta para cotillear la oferta existente.

-Este sitio es de los buenos- sentenció el niño cual catedrático- vaya carta más corta-
El tío se hincho de orgullo al ver aplicada una de las lecciones que le había mostrado tiempo atrás.
-Cierto- asintió el tío – Ningún restaurante es capaz de mantener la calidad en sus platos, si éstos son muchos- sonrió mientras viajaba mentalmente al restaurante londinense donde meses antes ya le había explicado la cuestión.


Esperando su bautismo

El camarero anotó la comanda con todos los extraños requisitos que la extraña pareja demandaba. Dos platos de los afamados huevos estrellados de Lucio, pero servidos uno tras otro, para que las yemas no corrieran peligro de cuajarse y el conjunto de enfriarse; seguidos de una enorme ración de callos que comerían directamente de la fuente, que ya planeaban dejar inmaculada ayudados de la enorme y crujiente rosca de pan que ya esperaba sobre la mesa.  Solicitaron una aceitera para ir enjugando el pan que pensaban picar durante la espera, pues la perspectiva de las aceitunas no les animaba demasiado. Marqués de Cáceres para el adulto y agua para el niño.

Media consistente rosca después regresó el camarero con una única bandeja en la mano. Cuatro ojos se salían de las cuencas al observar como aquellos humildes ingredientes eran capaces de componer una joya como aquella.

-Huevos, patatas, aceite y sal- recitó el tío como una oración- ningún intruso más. Punto medio entre cocción y fritura, alcanzado con un mimo que demuestra que, tras tantas décadas de fama internacional, el éxito no se les ha subido a la cabeza –

- Pues como a Bardem ¿no?- preguntó ingenuamente el niño sin darse cuenta de la genialidad de su deducción.
- Como a Bardem, Nene. Ahora al tajo que esto se enfría-



Los callos fueron convidado, pero no de piedra


Tras la procesión de las alargadas patatas cortadas irregularmente a mano y empapadas de unas yemas cremosas y anaranjadas, servidas en dos fuentes sin apenas espera, los estómagos de tío y sobrino estaban totalmente saciados. Ahora llegaba su momento, pues entre las raras teorías que compartían había una que decía que el mayor placer comiendo se alcanza en el momento en el que el hambre había desaparecido y el empacho todavía no había llegado. Era el momento del segundo bautismo, nada menos que el de los callos. El ritual de acompañar cada acometida de callos con un pedazo de pan untado generosamente en su algo picante salsa se repitió hasta terminar con la cazuela. Los tropezones sorpresa de chorizo y morcilla animaron a la pareja que los repartieron a partes iguales, disfrutando cada uno del placer que provocaban éstos en el otro.


Mirada golosa

Esperando al camarero para pedir el postre, para el que tampoco necesitaban la carta, dispusieron los comensales de un tiempo para analizar a las personas que les acompañaban en aquel castizo y bullicioso comedor. Siguiendo otra de las tradiciones se habían sentado a la mesa no donde estaban dispuestos los servicios, sino justo en los lugares de mejor visibilidad de la sala.

-Es preferible que el camarero tenga que cambiar los cubiertos de sitio a perderse lo que se cuece en los comedores- había repetido el tío a su sobrino en multitud de ocasiones. –Nada hay más triste que un buen manjar comido de cara a una pared-


Arroz con leche

Así pues hicieron un rápido análisis de la concurrencia. Dominaban los madrileños que se veían habituales del lugar, por lo familiar del trato con el personal. Entre los extranjeros, eran mayoría los italianos que, sin duda con buen criterio, son de los que viajan sin guía ni anotaciones rápidas descargadas de Internet. En cambio les llamó la atención la cantidad de preguntas que hacían a los camareros, y la paciencia con que éstos trataban de contestar. Que cuál es la sugerencia de la casa, que qué es lo que no podían dejar de probar, que de qué parte del bacalao se extraen las cocochas, que cómo se servía un chuletón. Preguntas sobre el maridaje con los vinos e inquietudes de todo tipo que surgían de mesa en mesa. Entre los cientos de clientes, aquella noche sólo había un niño más en todo el local, pero pronto dejó de llamar la atención del Nene y el tío, pues entre plato y plato sacó una videoconsola del bolso de su madre y ya no la abandonó hasta el final de la comida.

- Mira el criajo ese- fue lo único que el pequeño comensal comentó sobre aquel demonio de niño.
- Menuda educación que le están dando- Pensó el tío para sus adentros – y luego echarán la culpa a la escuela y sus profesores de que les salga rana-


Don Lucio sin perder sus orígenes

 
El camarero acudió a la mesa y recogió los últimos deseos bautismales. El postre consistiría en arroz con leche para los dos. Aquel dulce manjar siempre le había parecido al tío al menos tan original como las patatas. Mucho menos conocido por el público, no se parecía en nada a otras versiones del mismo. Ni en el corazón de la mismísima Asturias lograban, a su criterio, esas notas de delicadeza. La hinchazón precisa del grano suelto, textura cremosa que facilitaba su expansión en boca, ausencia total de sensación de empalago, pues el contenido de azúcar se encontraba en forma de lámina de caramelo sobre el terrizo de barro (integración del caramelo de la crema catalana en un plato tan distinto. Mueran los complejos, si señor), dejando a cada comensal consumir cada cucharada con el nivel de azúcar quemado preferido. La canela y la vainilla eran sólo dos matices de fondo que dejaban brillar a los protagonistas arroz y leche como estrellas.

Montañita garrapiñada


Disfrutaron del blanco placer con rebosantes cucharadas golosas y la sorpresa llegó cuando al servir el café, se presentó el camarero portando un enorme plato repleto de miniprofiteroles y una montaña de nueces garrapiñadas gentileza del señor Lucio para el muchacho. Vaya detalle, pensaron los comensales, que con calma acometieron el escultural manjar. No fue la última sorpresa, pues el gesto hacia el niño se vio rematado en la factura, al ver que la mitad de los platos no venían reflejados. La cuenta del Nene fue subvencionada por el viejo cocinero, al que no habían tenido la posibilidad de conocer. Sabedores de su delicado estado de salud no quisieron reclamar su presencia para felicitarle y contarle las impresiones de un recién iniciado en sus huevos. Pero las sorpresas de la noche todavía reservaban el momento más emotivo de la cena para el final. Abonado el ágape y rehechos para salir de nuevo a la rue, tío y sobrino, bajando las escaleras, se toparon de bruces con Lucio, que subía a la planta superior para hacer su ronda habitual de saludos. Lejos de esconderse o hacerse el loco, el viejo cocinero reclamó a aquel niño para preguntarle por su bautismo. Estaba al corriente de la composición de cada mesa, origen, edades, y sobre todo, si había algún niño entre ellos. El anciano, con rostro rejuvenecido ante la presencia del Nene, parecía conmoverse ante la crítica positiva. Incluso le ofreció una chapa identificativa del restaurante, que el niño sigue luciendo orgulloso una semana después a modo de medalla ganada en un campo de batalla. Pero la mayor emoción de aquel encuentro casual no fue para Lucio ni para el Nene. Fue el tío quien se dio cuenta de lo significativo de la situación. Un anciano que debería, por ley de vida, estar cansado de glorias y elogios, que se conmueve ante la alegría de un niño; una mirada apasionada de niño, que era consciente de la grandeza de aquel personaje físicamente decrépito.


Recuerdo de la ceremonia

-No todo está perdido- pensó con esperanza- mientras un niño sea consciente del placer que se puede alcanzar con algo aparentemente tan rutinario como el hecho de comer, mientras un abuelo no pierda la capacidad de ilusionarse sorprendiendo con sus creaciones a gentes de todos los rincones del mundo, todavía hay esperanza.-

La pareja se despidió del resto del personal y salió a la calle con una sensación del deber cumplido. Habían cumplido con una de las tantas citas ineludibles que tenían anotadas en su imaginario. No hubo momento para entristecerse por el final de la velada. Ambos eran sabedores de que aquello no era una etapa más quemada en el camino, sino uno de los primeros jalones de un largo camino prometedor en busca de los placeres que nos puede ofrecer el mundo. Además podían asegurar sin duda que aquella no sería la última visita al lugar. El único matiz negativo, que no se atrevieron a comentar, era que cuando regresasen al restaurante sería difícil que el anciano continuase dando sus escarceos por sus pasillos. Pero, también era cierto que en sus futuras visitas, Lucio estaría presente en su memoria, recordando el día del bautismo del Nene, cuando con un simple pin, bendijo la unión del niño con el huevo y sus patatas.


Rebozado sorprendente

Las emociones parecían llegar a su fin en aquella húmeda noche. Cruzaron la Plaza Mayor de vuelta al Hotel de la Gran Vía recordando los mejores momentos del día. Habían llegado a Madrid en el primer AVE de la mañana y sin pausa el itinerario determinado previamente se fue cumpliendo escrupulosamente. De Atocha al Brillante, donde pudieron comprobar que un bocadillo de calamares no necesita de salsas para proclamarse como el mejor del país. Un pan sin florituras y un calamar decente conformaban gracias a la magia de un rebozado especial un manjar de dioses. Eran las diez y veinte de la mañana cuando aquel jurado maño coronó a aquel bocadillo como inigualable. La clave, justificó la pareja de jueces, estaba en el rebozado. Compuesto por minúsculos grumos de harina a modo de pequeñas escamas crujientes, impregnaba el pan con la untuosidad de un buen y limpio aceite y acorazaba el calamar con una corteza crujiente que se ríe de la actual moda de introducir frutos secos en el rebozado para darle consistencia.


La última joya que les quedaba pendiente

Tras el manjar se apresuraron por El Paseo del Prado para llegarse al museo del mismo nombre. Juntos habían descubierto los secretos del British Museum, de las ruinas de la Roma imperial y, por supuesto del Louvre. Les quedaba el Prado para concluir el periplo artístico europeo. Como otras veces tenían seleccionadas las obras que iban a visitar. Nunca pasaban de ocho o diez significativas en cada museo. Eran visitan concisas y que siempre dejaban ganas de volver y no ese poso de cansancio que suele verse en las caras de los turistas que se empeñan en pasar largas horas delante de cuadros que vienen catalogados en las guías como imprescindibles. En su primera visita a la pinacoteca madrileña el Nene iba a contemplar una selección de obras de Velázquez y de Goya, y un caprichito personal que le guardaba su tío, El jardín de las delicias. El itinerario lo había decidido el tío pensando en que además de conocer la obra de dos de los grandes, el niño pudiese aprender a comparar y valorar dos estilos y mentalidades distintas.


Loco genial
Loco de remate

 
Una hora duró el itinerario. El niño adquirió nuevos conocimientos, pero fue el tío quien obtuvo una mayor enseñanza. Tras tediosos estudios y análisis sesudos sobre la Historia del Arte, el tío había comprobado que la mirada limpia de prejuicios de un niño ante un cuadro desvela aspectos en las obras que un adulto condicionado ya no es capaz de apreciar. Aquel día en el Prado se dio cuenta de que el pintor sevillano era un pelota, juguetón, y que don Francisco introducía un mensaje oculto en casi todas sus obras, que no tenía amigos de verdad y que eso le dolía. También aprendió a diferenciar tipos de locura, pues el niño calificó a El Bosco como loco de remate y a Goya como loco triste en sus Pinturas Negras. Tras el rápido barrido artístico la pareja se dirigió al hotel para instalarse y se fueron a tapear por el viejo Madrid de los Austrias y a gastar suela de zapato por los principales rincones de la ciudad. Desde Lavapiés hasta Chueca pocas calles quedaron sin la visita de la pareja. Cafés legendarios y franquiciados, mercados chic y de barrio, tiendas snob y castizas se sucedieron a la espera del broche final de Casa Lucio.


Bravas castizas

Así que el día había dado de sí más de lo previsto, pero el poso más profundo que dejó el día no fue nada de lo hasta aquí contado. Pues en el camino de regreso al hotel, aquellas dos figuras que se adentraban en las oscuras callejas de la madrugada madrileña elaboraron una de sus teorías sobre la vida que sería definitiva en la vida futura de ambos. En una futura entrada se expondrá para quien pueda interesar. La titularon: El placer espartano y ateniense.
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