jueves, 28 de abril de 2011

Escabeche de verduras y Ternasco de Aragón (Yo maté a Donald IV)

Escabeche de verduras y Ternasco de Aragón (Yo maté a Donald IV)


Escabechado de verduras y ternasco
Receta de verduras escabechadas con Ternasco de Aragón


El aroma se despliega por la cocina
Ingredientes (4 personas):

¾ de kilo de chuletas y costillas de Ternasco de Aragón D.O. del Grupo Pastores
Una cebolla dulce D.O. Fuentes de Ebro en aros
Un calabacín en bastoncitos
Una berenjena en bastoncitos
Una docena de tomates cherry enteros
Cuatro patatas pequeñas de Cella enteras
Dos vasos de aceite de oliva virgen extra sin filtrar D.O. Bajo Aragón
Un vaso de vinagre de Jerez
Un vaso de vino blanco Corona de Aragón
Unas ramitas de romero fresco
Unas ramitas de tomillo fresco
Una docena de aceitunas verdes sicilianas XXL
Sal


Elaboración

Para quitarnos un caprichito que teníamos encima, hemos buscado información sobre cómo escabechar, y el resultado no ha sido del todo satisfactorio, pues topamos con bastantes y muy diversas maneras de escabechar un alimento. Ante este galimatías, los idasdecocina hemos recurrido al criterio de autoridad. Como tantas veces hemos ido a una de las Biblias blogeras del noreste peninsular para que el maestro Tomás de http://entrecolycollechuga.blogspot.com/ nos aclaré la situación de las proporciones de los líquidos.


Receta de nuestra Biblia escabechada
Escabeche de salmón en
 http://entrecolycollechuga.blogspot.com/2011/04/salmon-escabechado.html
Una vez con la receta de la pócima comenzamos la receta. Disponemos en una sartén ámplia sucesivamente las verduras. El orden sería: Cebolla, pimiento verde, berenjena, calabacín y tomates. Con un poco de aceite y sal, para que sude bien, las pochamos conjuntamente. En otra sartén con aceite y el fuego muy fuerte pasamos las costillas y chuletas para que adquieran color y se sellen reteniendo sus jugos y evitando que queden tiesas. Introducimos las verduras pochadas y la carne en una olla grande y efectuamos la inmersión. Vertemos dos vasos de aceite, uno de vinagre y otro de vino blanco (medidas deducidas de la receta de salmón del blog citado ) y llevamos el conjunto a una ebullición suave y lenta para que los líquidos vayan impregnando los ingredientes y éstos les aporten todo el sabor y aroma.

Cuando lleve unos minutos así, añadiremos las hierbas aromáticas y las aceitunas para que terminen de redondear el conjunto. Sólo queda el tema de las patatas. Con la receta terminada y mientras se atempera y después de desespumar, extraeremos con cuidado líquido del escabeche suficiente para cubrir la patatas en una olla pequeña. Allí las coceremos enteras hasta que estén blanditas. Con veinticinco minutos debería bastar. Devolveremos el jugo a la olla escabechada y laminaremos las patatas para comerlas de acompañamiento del plato.

En seco o salseado, frío o caliente
Eso es versatilidad

Como dice nuestra referencia en escabeches, se trata de un plato que puede comerse con todo tipo de temperaturas, aunque nuestra preferencia sea la de consumirlo en frío. La gran capacidad de conservación que tienen los escabeche hace recomendable cocinar gran cantidad e ir degustándola durante varios días.

Maridaje:

Nos parece inútil y reiterativo el tema del mal maridaje del escabeche con el vino. Sandeces de purista. Nosotros lo acompañamos a modo de experimento con un aromático blanco de Rueda y con un poderoso tinto del Priorat y el resultado fue igual de satisfactorio. Brindamos por los que no sean capaces de disfrutar sin un manual teórico de cata en la mano. Así nos queda más vino a los irreverentes. A vuestra salud.


Sólo Hommer puede hacer graciosa una profesión así
Yo maté a Donald IV (donde el mundo queda un poco más limpio de escombros)

El joven ayudante de cocina pasó toda la jornada concentrado en el trabajo. Aquel día resulta extraño para todos los miembros del equipo. La vigilancia era continua. Agentes de seguridad vigilaban todos los procesos en la cocina. Y se notaba que sabían lo que hacían, pues cualquier movimiento fuera de orden llamaba su atención y acribillaban a preguntas al responsable. Fue gracioso para los auxiliares ver como Claude, el estricto jefe de la sección de pescados, balbuceaba temeroso explicaciones a un tipo enorme que cuestionaba su manera de desescamar los besuguitos, que servirían para hacer el fumet del plato principal, una de las estrellas de la tradición local, el arroz a banda. Los servicios de seguridad ya habían inspeccionado todos los ingredientes del plato para evitar una posible intoxicación masiva. La cena debía ser memorable y nada indigesta, a la vista de las reuniones nocturnas que se habían preparado. El Chef había recibido las instrucciones de manera diáfana. Para la noche se buscaba un menú que fuese a la vez tradicional, presentado con el glamour de la nouvel cuissinne, con algún tratamiento vanguardista digno de la cocina española de los últimos años y que permitiese ingerir grandes dosis de alcohol en largas sobremesas. Lo vio claro al reunirse con su equipo. El arroz a banda cumple con la tradición secular mediterránea, se podía presentar envuelto a la manera francesa en unos cestitos de hojaldre ligeros y crujientes. La idea sería emulsionar unos ajos confitados con aceites locales en forma de espuma, que recordara el all i oli, sin dejar mal aliento y recordando texturas postmodernas. El arroz actuaría como esponja del alcohol de lujo que previsiblemente consumirían en exceso durante la noche casi todos los comensales. Todos los empleados se pusieron manos a la obra desde la mañana para evitar cualquier fallo, que sería fatal para la reputación del hotel.


Profsionalidad en el hotel

Boato en la gran sala preparada,
alejada de todo minimalismo al uso
Donald salió de la habitación. Apenas notaba, por la costumbre, la larga fila de guardaespaldas que le iban siguiendo por el pasillo. Se trataba del equipo que había traído personalmente para encargarse de su vigilancia. Tres de ellos le precedían abriendo las puertas y, a modo de avanzadilla, despejaban el lugar por el que el exconsejero pasaría unos segundos después. Junto a él caminaba su ayudante que debía echar a correr cada pocos pasos para acompasarse al rápido ritmo de su jefe. Cerraba la comitiva media docena de uniformados agentes de una famosa empresa privada estadounidense, que a su vez era la misma que recibió la contrata del Pentágono de lo que eufemísticamente se vino a llamar captación de información a los prisioneros en las bases militares. No se trataba de otra cosa que una empresa dedicada a la tortura. Con métodos puestos a prueba en las dictaduras aliadas, estos agentes acumulaban una formación en su campo ejemplar. Conocían todos los límites psiquicos y físicos del ser humano. Podían convertir a un ser humano en una piltrafa sin que se notase exteriormente ningún signo de violencia. Métodos sutiles para un trabajo delicado. Si el reo, sumido ya para siempre en un estado de shock, no cantaba, significaba que no sabía nada relevante.



Parterres donde tuvo lugar el encuentro
El político retirado descendió a la planta baja para el asombro de sus acompañantes, que sin atreverse a preguntar el destino de ese paseo, cruzaban la mirada con aire de cierta inquietud. Tras cruzar el hall, ante el gesto incrédulo del director del complejo que se apresuró a seguir al grupo, Donald se introdujo sin pedir permiso en la gran cocina. Todo el mundo paró de repente ante la presencia de aquellos extraños. El jefe de seguridad de la sección se dirigió a uno de los agentes trajeados del exconsejero e intercambiaron unas palabras en voz baja. El viejo, ignorando toas las miradas y movimientos que generaba a su alrededor, salió del grupo y se dirigió con decisión a la puerta que daba al pequeño jardín en la parte de atrás. Al llegar a la puerta pidió, con voz acostumbrada a dictar órdenes con precisión, que le dejasen salir solo al exterior, y cruzó la puerta cerrándola tras de sí.

Veinte minutos tardó en volverla a abrir. Veinte minutos donde todo el ambiente en la cocina se alborotó. Los agentes de seguridad discutían entre sí. El director del hotel iba de un lado para otro fuera de sí. Aquello era un contratiempo. Nadie había previsto que el invitado más importante de la reunión se quedaría cara a cara con un desconocido ayudante de cocina. Nadie era capaz de controlar la situación, y llevaban meses con la preparación del evento. Todo podía venirse abajo por el capricho de un viejo. Asomados a la gran cristalera, decenas de rostros pudieron seguir el encuentro entre el alto y enjuto Donald y el pequeño saharaui. Les vieron caminar entre los enormes maceteros. Parecía que el ayudante de cocina enseñaba al magnate los secretos de cada una  de las plantas. Donald seguía la explicación con gesto de interés, y de vez en cuando veían cómo se dirigía con familiaridad al cocinero que servía de guía en el paseo por el jardín. Un apretón de mano entre ambos sirvió para que todos los gestos que les observaban se relajasen. Todo había pasado sin contratiempos, el programa podía seguir según lo previsto.



Ilustres y vegetarianos invitados
La cena comenzó cinco minutos pasados de las nueve. El salón presentaba un aspecto radiante, pues había sido redecorado a medida de la reunión. El conocido ambiente minimalista que reinaba allí, con la intención de que fuese sólo la comida la que brillase en él, había sido sustituido por otro más cortesano. Las cortinas de panel japonés se cambiaron por pesados cortinajes cargados de encajes y borlas. Mantelerías de texturas finas y tonos ocres aparecieron cubriendo las superficies desnudas de las mesas. Todo adquirió un tinte ortodoxo. Se siguió el protocolo oficial de toda gran cumbre internacional. Protocolo que por esas fechas estaba totalmente caduco, pues quien se asomase al gran comedor central esa noche creería haber retrocedido en el tiempo tres o cuatro décadas. Tiempo que a buen seguro llevaban precintados en algún almacén la cubertería y cristalería que luciría ante tal insignes invitados.

El personal se mostraba nervioso, pero cuando tenían que aparecer en la sala su profesionalidad les hacía disimularlo a la perfección. El servicio funcionó como dictan las rancias escuelas de cocina francesa. Impresionaba a muchos comensales el seguimiento sincronizado de unas normas ya casi olvidadas en los mejores establecimientos del mundo, que en su afán de renovación luchaban contra ellas ignorándolas. El orden en la sala contrastaba con el caos que,de puertas para dentro, reinaba en la cocina. Todo eran gritos, gotas de sudor en las frentes de los cocineros, bandejas que se cruzaban en el aire. Aquello era el ajetreo de las mejores noches. Se practicaba un juego sólo conocido para quien lo ha vivido. Consistía en aguantar el tipo de cara al cliente, que deseaba calma y orden, desde las profundidades de un huracán donde todo parecía improvisado. Ahora se verían los resultados del largo día de trabajo, y hasta el momento todo salía a su favor. La aparente descoordinación del personal ocultaba largos años de experiencia. Todos sabían lo que tenían que hacer y, aunque parecía mentira, lo que debían acometer en cada momento. El chef lo sabía bien y era el único que esbozaba una sonrisa. Las secciones funcionaban y estaban en hora. Los entrantes ya habían salido. Se trataban de unas bandejas repletas del pa amb tomaquet local en apasionado matrimonio con montañas de Cinco Jotas recién cortado a cuchillo por cinco profesionales, que en minutos terminaron con diez patas seleccionadas para la ocasón. La temperatura era la perfecta. El pan aun estaba tibio al salir a las mesas y el jamón comenzaba a subar, exhalando la aceitosa grasa intramuscular que lo hacía famoso. Cuando el comensal lo introdujera en la boca, la grasa se iría derritiendo en el paladar creando una capa sabrosa que permanecería en la boca esperando la llegada de un trago del Priorat seleccionado para la cena. Al haber cinco convidados vegetarianos, hubo que preparar para ellos un menú distinto que comenzaba con otra de las estrellas locales, la escalibada, presentada, eso sí, en compañía del mismo pan y bajo una lluvia de almendras tostadas picadas. Tras el entrante vino el guiño a la vanguardia con una espuma del famoso aceite seleccionado del Bajo Aragón presentada sobre una masa de coca catalana y rodeada de esferificaciones de refresco de cola y de agua tónica, que a la vista de las reacciones gusto mucho. Llegaba la hora del plato estrella. Todos esperaban el momento.

La cara: perejil

La cruz: cicuta
¿Custión de suerte?
A modo de un regimiento en formación, una larga fila de camareros salió de las entrañas de la coccina. El salón fue ocupado por parejas de porteadores que llevaban agadas por la asas las enormes paellas llenas de arroz a banda. La presentación era la que dictan los cánones. El arroz con los vegetales en la misma paella y en medio, sobre él, se alzaba una montañita de pescados hervido, desespinados y desmigados, con los que se había hecho el caldo. Las enormes sartenes de acero fueron presentadas ante las mesas antes de ser depositadas en las auxiliares que se situaron en el centro. El servicio de los platos se hizo ante la concurrencia. Una ración de arroz sobre la que se depositaban unos pedacitos de los besuguitos de anzuelo utilizados. Ya en la mesa otro grupo de camareros disponía sobre el conjunto la espuma de ajo y aceite desde unos sifones recordando a los comensales que estaban en España, país a la cabeza de la experimentación molecular en los fogones. Sólo quedaba el remate final. Los ayudantes de cocina pasaban detrás de los camareros para espolvorear con perejil recién picado el plato, dándole aroma y colorido, a la vez que ofrecían rodajas de limón a voluntad del comensal.

Era su hora. Ya habían salido los sifones de ajo y llegaba el momento esperado desde sus tardes de observador en la colina de Guantánamo. Se había ocupado en situarse en la posición adecuada. Le correspondía la mesa siete. Era la central y en ella se encontraban los invitados más ilustres. Al salir a la sala y mirar hacia su mesa pudo distinguir rostros conocidos. La reina ejercía de anfitriona en cuanto a compañía, pues no podía ser una buena cicerone culinaria al ser una militante vegetariana. Junto a ella se encontraba Donald, que era el único que no dirigía la mirada hacia el plato en construcción, sino hacia él. Le observaba acercarse con el cuenco de perejil e incluso creyó apreciar una sonrisa dirigida en agradecimiento a él por la conversación vespertina. Espolvoreó la verde picada sobre las espuma y dispuso un recipiente de rodajas de limón sobre el centro de la mesa. Abdulá se retiró sin fijar la vista en ninguno de los comensales, como le había indicado el jefe de servicio de sala. El resto de la cena continuó con el mismo orden y calidad. Llegados a los postres los acontecimientos se precipitaron.

Los ayudantes ya habían terminado su jornada. Todo el resto del trabajo quedaba en manos de baristas y camareros, que se encargarían de servir los pequeños bocados dulces que acompañarían a los cafés e infusiones. Cocineros y ayudantes se quitaron los sudorosos gorros y con gestos cansados observaban la cocina, que presentaba un aspecto postbélico. Fue entonces cuando Abdulá se incorporó y ajeno a la mirada del resto del personal se dirigió hacia el guardaespaldas que dirigía al resto, y que era fácil de identificar por los auriculares que llevó todo el día incrustados en las orejas. Éste le esperó en su posición erguida y desafiante en medio de la cocina y no supo reaccionar ante el movimiento del joven. El saharaui le sonrió, mirándole fíjamente a los ojos. Alzó sus antebrazos y unió sus muñecas al modo de preso esposado.

La sonrisa le delataba.
Había empujado hacia un mundo mejor
- Os la colé, amigos, os la colé- La voz quebró el silencio que ya reinaba en la gran cocina. El jefe de seguridad no supo reaccionar ante aquellas palabras.

- Se llama cicuta. Es semejante al perejil y tras la media hora que ha pasado ya no tiene remedio con ningún antídoto. Todo será rápido y lo mejor es que lo dejen morir en paz- Parecían frases preparadas que repitió sin titubear. Únicamente una sonrisa en sus labios delataba que realmente nada podía hacerse por evitar la tragedia.

La noche acabó según el saharaui había planeado, y la sonrisa que lucía al ser introducido en la furgoneta de la Guardia Civil respondía al primer sentimiento de esperanza afloraba en él desde hacía años. Mañana el sol se desplegaría sobre un mundo un poco mejor. Abdulá, el hijo del desierto mató a Donald Rumsfeld.

El sol brillará sobre un mundo mejor

domingo, 24 de abril de 2011

Arroz meloso a la cerveza con hongos y confit de pato (Yo maté a Donald III)

Arroz meloso a la cerveza con hongos y confit de pato (Yo maté a Donald III)

El juego de texturas fue la estrella, pero los aromas no se quedaron atrás


Receta de Arroz meloso a la cerveza con hongos y confit de pato

Montaje con patata y ajo confitados y crujiente de queso peccorino


Ingredientes (2 personas)

150 gr de arroz
Una lata de cerveza (33 cl)
Media cebolla
Medio pimiento verde
50 gr de hongos deshidratados (Boletus edulis)
Un confit de pato limpio de grasa y sin piel
25 gr de queso romano pecorino
Aceite de Oliva Virgen Extra
Una cucharada de pimentón de La Vera
Sal

Los boletus impregnaron de sabor terroso el conjunto


Elaboración

En primer lugar rehidrataremos los boletus en agua tibia para tenerlos disponibles en su momento. En una sartén con una cucharada de aceite pocharemos la cebolla y el pimiento cortados de manera muy fina. Una vez en su punto añadiremos los hongos cortados en pequeñas tiras y por último el arroz para que se empape del sabor de la verdura.

En Valencia dicen que el secreto
para el arroz está en el agua.
No lo compartimos


El truco para que la textura quede bien melosa es ir añadiendo la cerveza poco a poco a la vez que removemos en arroz para que extraiga todo su almidón, que será el elemento que ligue el conjunto. Con el primer líquido añadiremos el pimentón para que no se queme y amargue el plato.

Confit desmigado para que se integre

Cinco horas confitando


Cuando ya casi esté el arroz añadiremos el confit, sin piel ni grasa, desmigado con los dedos en pequeños trozos. Nosotros decidimos acompañar el plato con unas patatas gallegas y unos dientes de ajos confitados en aceite de oliva a 60 grados durante cinco horas. Es pesado, pero si se tiene tiempo, el placer al morderlas hace que valga la pena. Por último un crujiente de pecorino con una tempura de harina y vino rosado bien frío acompañará y embellecerá el plato.

Son caprichos...


Nota de cata:

Sin que sirva de precedente, pues es conocida nuestra búsqueda de la calidad-precio en el maridaje (encontrar calidad cara no tiene mucho mérito), nos dimos un homenaje no sé si del todo merecido. E asunto lleva por nombre Hofstätter Joseph gewürztraminer 2010 de la bodega J. Hofstätter de la Denominazione di Origine Controllata Südtirol Alto Adige, que pese a las reminiscencias germanas es un vino blanco italiano de obligada cata para todo buen amante de esta variedad. Un capricho de vez en cuando no debe ser pecado, vamos, digo yo…


Mapa de la zona militar

Yo maté a Donald III (donde se desarrolla la jornada de trabajo)

Una formación profesional y un camino hacia el futuro a cambio de unos meses de trabajo supuestamente voluntario para el ejército cubano no era una oportunidad que pudiese dejar escapar. En las cocinas de los campamentos militares aprendió a llevar a la práctica todo lo aprendido en las aulas-taller. Durante los tres meses de verano, los estudiantes becados eran requeridos para trabajar en toda clase de instituciones, escuelas, residencias y campamentos de toda la isla. A Abdulá le había caído en gracia la base militar cubana de Guantánamo. Al recibir la noticia, un escalofrío le recorrió el cuerpo y le surgieron unos temores que pronto vería infundados. La situación en aquella base era de lo más tranquila. Los norteamericanos hacían y deshacían de su lado, ignorando completamente a los militares cubanos, que se conformaban con examinar desde una colina lo que acontecía en el otro lado de la verja y anotar todo movimiento en un registro. Incluso, de vez en cuando, surgía algún roce entre ambos ejércitos de tintes graciosos que ayudaban a quitarle tensión al asunto. Uno de ellos, conocido e ignorado por los mandos, era el semanal intercambio que se producía todos los domingos por la noche cerca de las alambradas, donde los cubanos canjeaban botellas de ron de alambique casero y frutas frescas por toda suerte de iconos capitalistas muy valorados en la isla, como revistas deportivas ya pasadas, camisetas de basket y pelota, etc…


Las caras ya no eran alegres,
y la disciplina se incrementó

Grafiti habanero

Pero cuando llegó el verano del último curso todo cambió. Llegó a la base como acude un niño a un campamento de verano. Esperaba volver a ver a sus colegas estivales alegres y bromistas como siempre, observando a un grupo de yanquis simplones y bonachones. Pero nada más lejos de la realidad. Desde que cruzó el portón de la base el ambiente le resultó enrarecido. Los soldados habían olvidado su relajada disciplina. Les veía corriendo armas en mano de un lado a otro dispuestos en ordenados batallones. Ya no sonaba la alegre música .caribeña por los altavoces, sino que el silencio y las largas marchas militares se repetían. En la cocina el ambiente pronto se contagió, y las jornadas de trabajo se sucedían con enorme monotonía y dureza. Pronto supo lo que había generado ese cambio y comprendió la situación. El gabinete del presidente Bush había seleccionado la base en el territorio cubano como prisión para los sospechosos de terrorismo internacional. Como la situación territorial era ambigua, aquel pedazo de tierra no era considerado territorio estadounidense, por lo tanto no regían allí las normas del derecho internacional a las que los EEUU estaban suscritos. Los Derechos Humanos convenidos por la ONU no eran de aplicación en aquel campamento, así pues la tortura podía llevarse a cabo sin ningún tipo de disimulo. El espíritu de Abdulá se fue endureciendo conforme avanzaba el verano. Adquirió la rutina de subir a la colina desde donde se divisaba todo el territorio enemigo armado con unos prismáticos cada atardecer después del turno de mediodía. Se familiarizó con la práctica que allí se establecía con los prisioneros. Unas jaulas similares a las del zoológico del Parque Lenin habanero se disponían en medio de lo que antes era la explanada donde los soldados hacían sus ejercicios. Allí, en pequeños habitáculos se encontraban hacinados los reos. Era fácil distinguirlos por sus monos naranjas. Grupos de soldados armados sacaban de vez en cuando a alguno de ellos para llevarlos a las dependencias, de donde los volvían a sacar, muchas veces arrastrándolos por el suelo. El cocinero dedujo que las piernas ya no eran capaces de sostenerles. El movimiento de reos era incesante, pues los interrogatorios se llevaban a cabo día y noche. El mundo que aprendió a amar bajo el infinito cielo del desierto y el alegre sol caribeño se afeaba cada tarde desde aquella colina.

Desde la colina Abdulá observaba a los desdichados

Imágenes que no deberían repetirse jamás


De aquellos escarceos juveniles a Donald sólo le llegaban imágenes acompañadas de sentimiento de culpa y pecado que se apresuraba a borrar de su mente. El resto de su vida sexual se podía resumir brevemente. Un matrimonio de conveniencia con la hija de otra familia de larga estirpe militar. Contentó a todos y, lejos de resultar un artificio, permitió a la pareja llevar una vida relativamente independiente exceptuando los eventos de compromiso a los que asistían desde hacía décadas. Las relaciones sexuales se sucedieron como simple elemento de procreación. Tres hijos varones, fruto de ellas, educados en la distancia de distintas escuelas e internados de prestigio, no interrumpieron la carrera del político. Para el resto de las ocasiones, una agencia de contactos seria y de confianza, le suministraba chicas con las que aliviar la necesidad. Solía cogerles cariño, incluso repetía con alguna de ellas varias veces, hasta que el miedo a una dependencia sentimental le hacía cambiar el género.

Jardines del Hotel Dolce de Sitges


Mantuvo durante la jornada varias reuniones algo protocolarias. Encuentros con líderes y magnates a los que hacía tiempo que no veía. Pero la reunión especial se estableció para la noche, después de la cena. Diez miembros del grupo, esta vez sí que eran los personajes más influyentes del mundo, habían acordado reunirse en una de las suites del hotel habilitada para la ocasión. Hasta entonces el exconsejero decidió subir a relajarse a la habitación donde tras refrescarse y descansar, ordenaría las ideas que pensaba exponer en la reunión nocturna.


El autor y su obra

Salió de la ducha con el lujoso albornoz blanco con ribetes dorados del hotel y se acercó a la ventana. Desde allí se entretuvo espiando la actividad que se llevaba a cabo en el jardín. Un grupo de invitados alargaba la sobremesa sentados bajo unos toldos junto a la piscina. Le llegaban las risas provocadas por los cóckteles que desbordaban sus vasos. Sonrió al comprobar que ninguno de los selectos invitados nocturnos estaba entre ellos. Aquellos eran los segundones y personajes locales sin influencia real sobre las decisiones que se iban a tomar en aquel pueblecito del mediterráneo español. Dos empleados se esmeraban en la limpieza continua de una piscina. Tarea inútil a todas luces, pues el tiempo no acompañaba y la brisa fresca que llegaba del mar no hacía apetecible el baño. Además de los camareros que iban y venían de la barra exterior del bar al grupo de borrachos para abastecer sus gaznates. Un par de jardineros repasaba con grandes tijeras podadoras todos los setos que rodeaban el recinto, bajo la atenta mirada de la seguridad que poblaba todas las instalaciones.

La única imagen que desentonaba en el conjunto provenía del pequeño huerto situado bajo las ventanas de la parte de atrás de las cocinas. Allí, un joven empleado custodiado por dos agentes recorría los parterres con cientos de pequeñas plantas dispuestos a la manera de un pequeño huerto. Acertó a distinguir pequeñas tomateras y unos arbolitos con diminutos frutos semejantes a naranjas. Sin duda estaba seleccionando alimentos para la cena. Bajar a cotillear con el empleado no sólo sería un gesto destacable que dejaría una imagen humana de todo un Consejero de Defensa estadounidense, sino sobre todo saciaría su curiosidad por la botánica local, a la que se aficionó nada más terminar sus estudios. Estaba decidido. Eligió el único traje sport que colgaba del armario y se dispuso a ir al encuentro de aquel empleado de las cocinas.

----------------------------------------------------

El mundo se afea con el paso del tiempo, pero personajes como este que traemos hoy, nos hacen reconciliarnos con él por unos momentos.
Señoras y señores Mr. Salif Keita


A tu salud, gigante albino

jueves, 21 de abril de 2011

Receta de Risotto de Puntalette al cava con piñones y chocolate (Yo maté a Donald II)

Receta de Risotto de Puntalette al cava con piñones y chocolate (Yo maté a Donald II)

Hotel de Sitges elegido por el Club Bilderberg para su reunión en junio de 2010


Receta de Risotto de Puntalette al cava con piñones y chocolate

Textura cremosa y color de cacao
Delicioso engaño


Ingredientes (6 personas)

½ Kilo de pasta puntalette (pasta en forma de granos de arroz alargados)
Una botella de Cava Rosé (Variedad Garnacha de Cariñena)
Una cebolla dulce D.O. Fuentes de Ebro
50 gr de piñones
150 gr de Chocolate de cobertura de Atienza
½ Litro de caldo de verduras
Aceite de Oliva Virgen Extra D.O. Bajo Aragón
Una lata pequeña de leche evaporada
Tres dientes de ajo
Un manojo grande de albahaca fresca
25 gr de almendras
Una rebanada de pan tostado
Sal

Nuesro puntalette favorito

Piñones selectos

Bien cerquita tenemos un tesoro en forma de cobertura

Cualquiera de la denominación es válido, pero
para texturas cremosas preferimos uno sin filtar


Elaboración

En una cacerola y con tres cucharadas de aceite de oliva pocharemos una cebolla picada de manera fina a la que, cuando esté al punto le añadiremos los piñones. Sofreiremos junto a ello la pasta hasta dejarla con un punto dorado, evitando así que se pegue al final. Cuando tengamos el conjunto bien integrado de sabores verteremos la botella de cava y el caldo de verduras. Debería ser suficiente líquido para el tipo de cremosidad que buscamos, pero por si las características de la pasta fuese necesario más, añadiremos al final un poco más de caldo de verduras. Corregiremos de sal.

Mantendremos la cocción con fuego alegre durante siete minutos antes de añadir el chocolate partido en pequeños trozos y la leche evaporada. Con ambos ingredientes acabará de cocerse en tres minutos la pasta, que deberá adquirir dos propiedades: quedará ligada por una crema espesa que será el punto deseado y oscurecida por el cacao del chocolate, casi al modo de un arroz negro. En ese engaño está la gracia de la receta, que podría denominarse en carta Falso Arroz Negro (sin arroz ni tinta)

Para enriquecer la receta proponemos salsear el plato con una preparación untuosa que con su color terroso contrastará con el oscuro chocolate. Para elaborarla iremos poniendo en un vaso batidor los tres dientes de ajo, las hojas desnervadas de albahaca, las almendras, el pan tostado y la sal. Ya con la batidora en marcha iremos añadiendo aceite de oliva en forma de hilillo para que emulsione y se levante. La serviremos en una salsera para que cada comensal decida la cantidad.


Ella no sabe que nos tiene ganados a los Idasdecocina.
Es de justicia decir que su puntalette hace tocar el cielo.
Gracias Cristina Palacio, manos de deliciosa hechicera.


Nota de cata

Cava rosado Gran Ducay

Rosado de Corona de Aragón,
vecino y hermano del anterior
El gusto original que le confiere un cava elaborado fundamentalmente a base de garnacha, la aceitosidad que transmiten los piñones y las almendras de la salsa y la untuosidad de la textura de falso risotto, parecen pedir algo fresquito que despeje y limpie bien el paladar después de cada bocado. Por ello descartamos los acentos afrutados del blanco y nos decantamos por un rosado de Corona de Aragón, para no abandonar variedad, color, ni tierra, y más que maridado quede hermanado con el cava del plato.


Yo maté a Donald II (Segunda entrega, donde se conocen los caracteres de los personajes)


Los magnates conocieron las platjes de Sitges desde las cristaleras del hotel
La mañana no comenzó de manera habitual. Ya hacía unos días que la noticia corría de boca en boca entre el personal del hotel. Incluso la noche anterior una filtración se había colado en los informativos nocturnos. La dirección no había advertido del acontecimiento pero nadie podía esconder lo que ya dejaba de ser un simple rumor. La reunión del Club Bilderberg del 2010 se iba a celebrar en el complejo. El Hotel Dolce era conocido por su entorno paradisíaco. En cuestión de lujo y exclusividad había muchos por encima de él, pero su situación aislada en las afueras de Sitges facilitaba el alto nivel de seguridad y privacidad que exigía el encuentro. De hecho desde hacía días las señales de que algo importante e inhabitual iba a acontecer eran evidentes. La instalación de una verja electrificada que rodeaba todo el complejo, la llegada de personajes enfundados en trajes oscuros que no podían esconder su condición de guardaespaldas y el colapso de todas las plazas del garage por largos y brillantes coches blindados daban prueba de ello.

El autobús que trasladaba desde el albergue del personal en Sitges hasta el complejo llegó a la hora de siempre, pero aquel día de junio una jauría verde de la Guardia Civil les esperaba junto a la puerta de entrada del servicio. Les hicieron bajar del vehículo y les agruparon en el vestuario. El que parecía al mando les habló como el oficial a su tropa. Las normas eran claras, debían desvestirse en ese momento y ponerse las ropas que estaban etiquetadas para cada uno de ellos. No podían llevar encima ningún objeto personal, incluso fueron despojados de los relojes, joyas y otros enseres. Cada uno debía hacer su trabajo extremando la profesionalidad y la cortesía. No podían dirigirse a ningún cliente del hotel en los próximos dos días a menos que fuesen requeridos por ellos. Con voz marcial les deseó buena suerte y salió del vestuario dejando que los números vigilasen el proceso. Los pasillos hacia la cocina dejaban ver las mejores galas del hotel hasta en sus más escondidos rincones. El nivel de limpieza, iluminación e incluso del aroma que exhalaba todo el recinto alcanzaba cotas desconocidas hasta entonces. Encontró agobiante la presencia de seguridad privada en todos los rincones. Nada escapaba a una mirada vigilante. A Abdulá no le era desconocida la situación opresiva de control, pues de manera mecánica un recuerdo acudió a su mente. Se vio diez años atrás en La Habana.  Fruto de un pacto de colaboración con el Polisario, Abdulá fue uno de los jóvenes seleccionados por el gobierno cubano para completar estudios superiores en la isla. Dominaba con alguna dificultad el español gracias a las horas de escuchar a los viejos a la sombra de la jaima, pues la nueva generación de saharahuis volvía la cara al idioma igual que España se la volvía a su pueblo. El inglés se extendía en sustitución del idioma cervantino. Escuela Superior de Altos Estudios Gastronómicos rezaba sobre la puerta del demacrado edificio del barrio del Cerro de la capital cubana. No recordaba aquellos años de estudio como especialmente malos, pues fue allí donde el joven aprendió los principios técnicos de su profesión, sin olvidar su primer beso, su estreno de una sala de cine, su despertar en el sexo, y sobre todo algo que todavía derramaba lágrimas al recordar, allí saboreó su primer helado. La propia idea de algo tan frío era inconcebible en medio del desierto, pero si el estreno en el mundo de la crema helada se hace en Copelia, el bautismo es digno de la realeza.

Muchos bautismos para Abdulá se celebraron en
la capital cubana


Pero no eran aquellos felices despertares habaneros los que despertaban su memoria aquel día en la cocina del Hotel Dolce de Sitges, sino la sensación de vigilancia continua. Los cubanos fueron unos anfitriones generosos con cientos de estudiantes saharahuis ignorados por el resto del mundo, pero había un precio a pagar, la cuestión ideológica. No había fisuras, ninguna grieta posible para la duda y ningún espacio posible para el debate. Toda posición crítica con el régimen era considerada imperialista y por lo tanto desviada. Combinaba estudios profesionales técnicos con asignaturas tales como Economía Planificada, Estudios Marxistas o Ética Comunista. La ideología ascendida al mundo y al lenguaje religioso. Nuevos dioses a los que adorar.


Poder, economía, secretismo.
Conspiraciones crípticas

Tras media hora de autopista rodeado de motocicletas con beneméritos agentes y luces rotatorias azules su ayudante le sacó de su ensimismamiento para anunciarle que ya llegaban al destino. Se podía ver el Hotel situado sobre una colina verde que se abría al mar. El che se acercó por la parte de atrás para entrar por el piso subterráneo. Toda precaución era poca. Aquella reunión no entraba dentro del campo de las oficiales, por lo tanto no habría fotos oficiales ni comunicados de conclusiones finales. El Club  Bilderberg era una reunión privada lejos de las rondas mundiales oficiales. Nada tenía que ver con Foros de la Tierra, Reuniones del G8, G20, OTAN ONU… Nacida en la Guerra Fría reunía a las personas más importantes del ámbito público y privado del mundo capitalista con el objetivo de generar una corriente de opinión favorable al modelo de democracia occidental y contra el sistema comunista. Una vez vencida la batalla, el grupo no se deshizo, sino que continuó sin un objetivo claro. Seguía reuniendo anualmente a los personajes influyentes del mundo y era sabido que era un lugar donde abundaban contactos entre las altas esferas del poder económico. Allí se guisaba más que en todas las aburridas reuniones del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, donde declaraciones grandilocuentes y públicas se desvanecían en el aire ante los medios de todos los países.


El vehículo entró por el subterráneo del hote

Beneméritos controles

Donald se sentía como en casa en un lugar donde el control y el uniforme evitaban cualquier tipo de sorpresa amarga. Nadie protestaba, no eran necesarias fuerzas antidisturbio, pues nadie protesta si no sabe de qué hacerlo. Los puntos de chequeo y control se sucedían uno tras otro y cada uno de ellos que el coche superaba suponía una subida de adrenalina en el adormecido corazón del Exconsejero de Defensa estadounidense. Verificada su identidad en la última barrera policial su ánimo era ya el de un magnate activo con las uñas de sus garras afiladas y dispuestas para la caza. Echó un vistazo por la ventana y lo que vio le gustó y tranquilizó. El mundo funcionaba. Una larga fila de empleados de servicio del hotel bajaba en ordenada fila de un autobús ante la presencia de las fuerzas del orden locales. Como delincuentes eran introducidos en el recinto con miradas cabizbajas entre el escrutinio de sospecha de decenas de uniformados.


Guantánamo, ejemplo de "democracia"

Abu Grhaib tampoco anda mal de "Derechos Humanos"

No pudo evitar triunfales recuerdos. Su opinión se impuso en el pasado a quienes creían ver en sus métodos poco respeto a los valores democráticos. La creación de una red de prisiones por todo el mundo aprovechando países aliados con regímenes dictatoriales o zonas con status especial fue todo un acierto. Allí no era necesario el respeto a la legalidad internacional ni a los sobrevalorados Derechos Humanos. Centros como Abú Graif o Guantánamo habían servido a la defensa nacional más que todo el poderoso ejército. Además de la valiosa información que extraían a los prisioneros, ayudaban a crear un clima de terror en las potencias enemigas. Imágenes como las que tenía delante se repetían en todas las pantallas del orbe. El mundo tenía que saber a qué atenerse si discutía la supremacía de América. Era su obra. Ni siquiera el nuevo presidente con sus aires de redemocratización se había atrevido a desaprovechar los beneficios de su obra, y el pueblo estadounidense sabedor de la tranquilidad y seguridad que proporcionaban sus métodos protestaba con aire protocolario. Venció a sus opositores. Logró que el inútil de su jefe apoyase sus propuestas. Fabricó las armas de monstruo y su nación, como su vida, sonrió ante la sensación de orden y control. Sólo un sueño con dos caras envenenaba sus noches, pensó mientras el coche desaparecía por la puerta del subterráneo. La imagen de un país débil a la deriva de los chantajes y amenazas exteriores, y la suya propia cincuenta años atrás, retozando feliz y despreocupado en las verdes campiñas, abrazado a otro cuerpo como el suyo: joven, vital, alegre y masculino. Apartó sus temores de la cabeza y se sumió en los preparativos de los encuentros de la jornada con su ayudante.
No está mal que alguien les recuerde
lo que son: malos


(Entrada dedicada a Cristina Palacio, cuyas sartenes son de las pocas de a ciudad que nos hacen pasar momentos felices a locos como nosotros. De regalo una canción optimista)



Facto delafé y las Flores Azules

La luz de la mañana 



Salut para todos
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...