sábado, 23 de octubre de 2010

Tortilla de patata y chuletón con Joaquín Sabina

Tortilla de patata y Joaquín Sabina



Ya pasada una semana de la salida de doña Angustias del mundo de los vivos, Cisco Cerrada casi había olvidado la rutina adquirida de recoger el solidario paquete que le encargaba todos los días en la charcutería. El caso es que se había establecido una relación de mecenazgo entre la vieja y el mozo del mercado. Unas rodajas de mortadela y un buen panecillo diario quedaban encargados en la charcutería para que el actor los recogiese al salir del trabajo cada tarde. Al no ser conocedora de la farsa que representaba Cisco en su trabajo, doña Angustias nunca imaginó que la verdadera beneficiada del paquetito era la perrita del actor, Cinteta, que extrañó la pérdida de la anciana durante mucho tiempo. Ninguna de las preparaciones que su amo se esmeraba en cocinarle, le satisfacía tanto como el jugoso entrepan de fiambre que cada noche aparecía en su comedero.



Un hecho casual trajo a la memoria del mozo la imagen de la anciana. Al abrir la taquilla del vestuario del mercado, una mañana de principios de septiembre, una hoja de papel algo arrugada resbaló hasta el suelo. Al recogerla, Cisco recordó que se trataba de la nota donde la vieja anunciaba, con una bella letra manuscrita, su intención de proporcionarle un obsequio diario por la amabilidad con que la trataba. La nota era escueta y directa:



            “Apreciado mozo, me dirijo a usted con la intención de manifestarle mi agradecimiento por el trato generoso que me dispensa. Es por ello, y como prueba de agradecimiento, por lo que a partir de hoy dejaré un presente encargado en el puesto de charcutería, para que pueda disfrutarlo junto a los suyos”

Jamás cruzó una palabra sobre el asunto con la anciana. Un pacto tácito les unió desde aquel mismo día, y sólo la charcutera que le entregaba su ración de mortadela fue testigo de tal relación extraña. Cisco correspondía enviando sonrisas a doña Angustias, que devolvía con verdadera efusión al actor.



No fue la letra ni el contenido lo que atrajo su atención al volver a ver la nota. Ésta cayó al suelo al revés, apareciendo un logotipo que dejó a Cisco perplejo. El papel llevaba impreso en su parte de atrás el nombre y sello de un establecimiento con el que nunca hubiese relacionado a aquella inocente y caritativa viejecita:

Whiskería Eros
Espectáculos musicales
Copas

No necesitó consultar con ninguno de sus amigos de los bajos fondos. Sabía qué tipo de local era aquel. Se había dejado ver por allí en alguna ocasión y conocía lo que representaba en el ambiente del putiferio zaragozano. Era la creme de la creme, el pionero. Situado en la carretera de Logroño, daba cobijo tanto al pueblerino necesitado que acudía con fajo de sudados billetes en mano, como al urbanita que, siempre buscando pasar desapercibido, aparcaba su coche en el parking vallado y oscuro que garantizaba la confidencialidad. Se podrían decir muchas cosas de ese establecimiento, pero en ninguna de ellas tenía cabida una ancianita de barrio bien, con alma de caritativa católica de misa diaria y persignación en el portal.



Pasó el día apilando montañas de cajas vacías, pero con la mente, cada vez con más fijación, puesta en aquel asunto. ¿De dónde sacaría doña angustias ese papel para escribir aquello? La imaginación se desbordaba: lo encontró en el suelo y reutilizó, lo metieron en el buzón, algún familiar frecuentaba el antro, los dueños la usaban de tapadera legal. Cada nueva elucubración era más disparatada que la anterior. La cabeza le bullía y comenzaba a agarrotarse el cuello de la tensión que el asunto le iba generando.



- No pienses más animal- se dijo el actor –Ten huevos y hazlo, o nunca lo sabrás-

Sin saberlo, Cisco Cerrada, con aquella desafortunada decisión, acababa de abrir la caja de Pandora. Ya nada sería igual en su vida. Un inframundo, hasta ahora sólo imaginado, se iba a abrir ante él. Ya no podría escapar.



Al terminar la jornada dura, ya que la gente acababa de volver de vacaciones y encontraba la nevera vacía, y desaparecer las hordas de clientes con largas listas en la mano; el mozo se cambió y se dispuso a salir por la puerta de servicio que estaba en la parte de atrás del mercado. No solía usar aquella puerta, pero ese día buscaba no llamar la atención de ningún conocido. Se introdujo la larga barra de hierro, que utilizaba para abrir las tapas de las alcantarillas haciendo palanca sobre ellas, por una pernera del pantalón y se la ató a la pierna para que pasase inadvertida. Tuvo que simular cierta cojera, pues la barra le impedía caminar de manera normal. Con la decisión tomada y disposición firme salió a la calle y discretamente merodeó por el portal de la vieja esperando la entrada o salida de algún vecino. Hubiese preferido que no se tratara de nadie conocido pero no fue así, y un cliente de los de fin de semana le sostuvo la puerta invitándole a entrar. Era el tipo un joven soltero que aprovechaba las mañanas de sábado para llenar de productos selectos la despensa, pero que el resto de la semana se mantenía en pie gracias, únicamente, a las grandes dosis de café y algún pincho de tortilla que su escaso tiempo y su jefe le permitía. Para qué o quién compraba todo aquello siempre fue un misterio para Cisco, pero ahora no tocaba resolver ese sino otro que le traía de cabeza: la nota de doña Angustias.



El rellano estaba oscuro cuando llegó al quinto piso con el aliento y el corazón acelerado. Extrajo silenciosamente la barra de la pierna, que provocó un gran estruendo al caer al suelo tras desatar la lazada que la sostenía. El enorme ruido se vio empequeñecido por el juramento que soltó de manera automática el actor, al ver caer la barra sobre las baldosas. Se quedó inmóvil y agudizó el oído para comprobar si aquel incidente había puesto en peligro su plan. No oyó nada. Parecía que nadie se había extrañado de un ruido en la escalera. Al menos ningún vecino salió a comprobar el origen del estruendo. Agarró la larga y fría herramienta del suelo y se dirigió a la puerta de la difunta. En un gesto hábil introdujo la afilada arista que la barra llevaba en uno de sus extremos entre la puerta y su marco a la altura de la cerradura. Empujó haciendo palanca y comprobó lo que llevaba deseando desde que trazó el plan. La puerta no era de seguridad. Escuchó el crujido de la madera cediendo al empuje del metal y la puerta se abrió sin apenas hacer ruido.



-Era confiada de verdad. Seguro que no hay otra puerta sin seguridad en todo el edificio. Vaya riesgo para los tiempos que corren- reflexionaba Cisco al internarse en la vivienda, cerrando la puerta tras de sí.

El golpe no sonó como una sandía estrellándose contra el suelo, sino más bien como el crujido de una gruesa rama al partirse de su tronco. Le sorprendió cuando se dirigía cautelosamente hacia el comedor de la vivienda. Cisco conocía bien la distribución de aquellas viviendas, pues entre sus labores estaba la de subir algún encargo para los clientes más exclusivos del mercado. Nunca había estado en casa de doña Angustias, pero pronto identificó el largo pasillo que partía de la salita de entrada y justo en su comienzo, la puerta de doble hoja que debería dar al salón. Llegó a abrir la viselada puerta de cristal, pero no le dio tiempo a entrar en la habitación, pues el agresor, que después dedujo que se encontraba agazapado detrás de la puerta, le asestó un golpe tremendo con, lo que más tarde descubriría, una enorme sartén del tamaño de una paella. No fue nada torpe aquel individuo, pues le acertó de lleno en toda la cara, haciendo crujir la nariz, que sintió hundirse hacia el interior antes de perder el conocimiento.



Al volver en sí, la sangre que ya se había comenzado a secar sobre su cara, apenas le permitió abrir los ojos. Al cabo de unos minutos, cuando se vio con fuerzas para incorporarse y se fijó en el enorme charco de oscura sangre sobre el suelo se asustó. En seguida le vino a la cabeza una cifra: cinco litros, esa era la cantidad de sangre aproximada que tenía el ser humano. Y allí había al menos un par de ellos. Aquello explicaba el temblor de sus piernas causado por la debilidad, que apenas le permitía permanecer en pie. Tras un momento de reflexión, decidió salir en silencio de aquel lugar y perderse sin dar explicaciones a nadie. La policía no era opción para él. Su historial le hubiese catalogado rápidamente como un chorizo, además de la peor calaña, al aprovecharse de un fallecimiento para robar a la difunta. Bajó con sigilo las escaleras. Salió a la calle y se sumergió en la oscuridad de la madrugada. Callejeando como una sombra llegó a su casa donde pudo ver que ya eran las cinco de la mañana. Varias horas había permanecido inconsciente y desangrándose en el pasillo de la vieja. Tal era el cansancio que se le vino encima de repente, que fue directo al dormitorio y se dejó caer sobre la revuelta cama sin ni tan siquiera quitarse los zapatos.



Si la noche fue mala, la mañana siguiente aun lo fue más. Venía ahora el momento de la valoración de daños: nariz evidentemente rota, amoratada e hinchada como un globo; un ojo tan hinchado que parecía querer salir de su órbita, pero no tanto como el labio superior que, partido por la mitad, no dejaba ver los dos huecos que sendos dientes dejaron al caerse tras el certero sartenazo. Le costó quitarse toda la sangre seca que cubría su cara y se desprendió de la ropa del día anterior que arrojó sin pensarlo a la basura. Una vez limpio y decidido a dejar correr aquel asunto que sólo le había causado problemas  se sentó a tomar el primer carajillo del día, que le causó dolores tremendos al humedecer las heridas de la boca, pero recordó con nostalgia las palabras de su abuela en la niñez: “lo que escuece, cura”. Así, resistiendo al dolor, su mente se fue aclarando. Dos tareas le aguardaban en aquella mañana de domingo. Una vez cumplidas y en total aislamiento no tendría que dar explicaciones a nadie sobre su ruinoso estado.



Lo primero era la salud. Decidió homenajearse con lo que comprendió que era mejor para su estado. Un buen chuletón. Así que cogió el teléfono y marcó los números del bar de la Romi, hizo el encargo que en nada sorprendió a la acostumbrada rumana y esperó sentado en el sofá con Cinteta ignorándole a sus pies. No había pasado media hora cuando se presentó la cocinera en la puerta de su casa con dos bandejas en las manos. Con un gesto acalló las preguntas que iban a salir de boca de la mujer a la vista de su aspecto. Le arrancó las bandejas de la mano y cerró la puerta de golpe con el pie. Se dirigió a la cocina y levantó los papeles de aluminio que cubrían los encargos. Tras elegir la pieza de mayor tamaño y cantidad de grasa, volvió a cubrirlas y se dispuso a realizar su segunda y última misión del día. Ésta era sencilla. Arrancó varias páginas manuscritas de un viejo y grueso cuaderno escolar, las dispuso en un sobre grande y con precaución salió al rellano de casa. Subió las escaleras y depositó en el suelo un enorme plato con el chuletón acompañado por una montaña de patatas recién fritas y unas tiras de pimiento de Lodosa. Junto a él dispuso el sobre con el encargo manuscrito de la Editorial, que su vecino debía teclear al ordenador y enviarlo. Llamó al timbre y desapareció para no entablar conversación con su agente y mentor. Regresó de nuevo a su casa y se dispuso a recuperar todos y cada uno de los glóbulos rojos perdidos la noche anterior en una casa desconocida.



Debía de pesar más de tres cuartos de Kilo y, aunque lo habitual en él hubiese sido quitar la gran cantidad de grasa que rodeaba la carne rojiza, lo atacó siguiendo la línea trazada por la blanca veta. Disfrutaba viendo cómo impregnaba el pan y la sentía fundirse en su boca gracias al calor de su lengua. Hubiese sentido cargo de conciencia por la cantidad de colesterol que ingería a cada bocado, pero éste se desvanecía cada vez que recordaba lo ocurrido en la noche anterior. Tenía la costumbre, adquirida desde niño, de dejar lo mejor para lo último. De este modo llegó el momento en el que una enorme molla de oscura carne magra quedó en el centro del plato dispuesta a ser engullida por el actor.



- Lo importante es- se dijo- seguir un buen ritmo- y lo logró: bocado de carne, patata frita y pimiento, y vuelta a empezar.

Así quedo Cisco, con lo que en lenguaje moderno llamaban Brunch, pero que Cisco nunca cambió por el vocablo clásico de almuerzo. Dispuesto a pasar una jornada de domingo tranquila. Radio, fútbol, tareas del hogar olvidadas eran los planes más inmediatos. Sabía que iba a tener que enfrentarse a acontecimientos importantes, pero eso sería para otro día. Aquél era para él. Cinteta parecía saberlo, pues sus ojos no podían esconder la alegría de tener la compañía del amo durante todo un largo domingo.




Semblanza segunda

Tortilla de patata y Joaquín Sabina

Aunque no va a ser, por efectista y facilón, el argumento de esta semblanza; debemos comenzar afirmando que la tortilla de patata y Sabina pertenecen al pueblo. Son, sin duda alguna, dos componentes del imaginario colectivo que sirven de unión a la sociedad española. No es este el foro indicado para decidir si existe un espíritu español, pero si existiese algo parecido, estos dos elementos serían fundamentales en su composición. Por otro lado es destacable la variedad interpretativa de los mismos, ya que hay tantas tortillas de patata distintas y tantas canciones del de Úbeda favoritas como número de españoles y visitantes que las devora y disfruta. Así, afirmando el carácter popular y diverso de ambos comenzamos a acercarnos a los nexos de unión de la genial combinación.

El argumento que voy a tratar de defender para evidenciar la semejanza es lo realmente parecido del proceso de elaboración de la tortilla y su resultado final con el proceso creativo del cantante y su largo elenco de canciones. Para comenzar ponemos en paralelo la simplicidad de los ingredientes con la de las ideas que el artista desea transmitir: cebolla, patata y huevo, frente a sexo, irreverencia y ansias de libertad. Deseos puros para unos ingredientes del terruño.



Si seguimos el proceso de elaboración de la afamada tortilla podemos apreciar cómo los ingredientes son tratados por separado hasta la apoteosis final donde cuajarán uniendo sus esencias. En primer lugar, caramelizamos la cebolla con su dosis de sal para hacerla sudar, después le añadimos la patata que confitaremos en abundante aceite para que quede medio cocida y medio frita. Esto se logra con una temperatura media y constante y paciencia. Cuando la patata se pueda deshacer casi con mirarla, le extraeremos a la sartén casi todo el aceite y batiremos a parte los huevos. Un secreto bien guardado por los mejores tornilleros del país es el siguiente. Batir poco el huevo. Algo tan sencillo produce unos resultados magistrales. Impide que cuaje demasiado en la parte final del proceso y además facilita el siempre deseado efecto cremoso que sería casi imposible de obtener con unos huevos emulsionados en demasía. Se vierte el contenido de la sartén dentro del recipiente de los huevos para que éstos impregnen la cebolla y la patata y de nuevo a la sartén, pero esta vez con el aceite en mucha menor cantidad y bastante más caliente. La finalidad de subir la temperatura es la de que la tortilla quede muy hecha por su capa exterior, con un agradable color dorado, pero que no de tiempo a que el huevo cuaje completamente por dentro, quedando una cremosidad, que junto a la textura de semipuré que se le ha dado a la masa de cebolla y patata, produce la sensación de consumir una obra de ingeniería de gran escala. Tortilla dorada, con firme capa exterior y cremosa y cruda  alma. Patata que dorada por fuera se torna blanquecina por dentro. Dos mundos en uno. Opulencia y discreción, rudeza y delicadeza, sueño y realidad. Contrastes en fin que por otro lado son la esencia de la obra de jienense. Mentiras piadosas frente a emociones fuertes buscadlas en otra canción; ruido frente a besos de Judas; Física y Química frente a Minifalda azul. Tantos contrastes, tantas paradojas, que al fin y al cabo son la propia esencia humana. Incluso en la misma canción, cual Quevedo, con lenguaje llano lejos de gongorismos acrobáticos, el cantante nos expone juegos de contrastes cual la tostada tortilla esconde un suave y tierno corazón. El proceso creativo del autor no se diferencia demasiado del que usaría un buen cocinero. Una historia, definición o enumeración presentada a través de imágenes diferentes que al final nos presentan un mensaje unitario, que se desvela de manera intuitiva como hacen los ingredientes que finalmente se integran en una buena tortilla



Largas enumeraciones, que en muchas ocasiones se contradicen. Definiciones que se oponen. Mundos enfrentados. Pero por encima de todo, al final el público de Sabina extrae una lectura personal y única. De manera mágica la paradoja se resuelve en el interior de cada uno. Surge un mensaje del interior de cada espíritu. Además no es el mismo mensaje siempre, pues es sabido que cada etapa de la vida de un buen salinero viene determinada por la interpretación que se hace de sus canciones. La que hoy trasmite un mensaje trasgresor mañana nos puede parecer de un conservadurismo rancio, y viceversa (guiño). La canción del desamor puede convertirse en la piedra angular de futuras relaciones, y así podemos seguir al infinito. Por seguir con le semblanza, con la tortilla ocurre algo parecido. ¿No combina de maravilla una tortilla bien cuajada con un buen café con leche por la mañana? Pues sí, está claro, es sin duda el dueto perfecto. Pero eso no quita que al mediodía nos apetezca algo más crudito que case bien con un buen vinito. Se puede seguir, pues si ese día la montamos al caer la noche y nos vamos de juerga, no hay bicho viviente que no agradezca el recibimiento de una buena porción de tortilla guardada en el horno para la ocasión. Hay momentos de pincho, otros de ración, los hay de tacos, incluso algún heterodoxo le añade otros ingredientes.



Conclusión: variedad de gustos y significados. Explicación de mensajes opuestos y contradictorios. Base espiritual de España. Poso cultural frente al mundo exterior. Gozo y disfrute desde elementos humildes. Lenguaje llano para el pueblo.

Imagen final: Joaquín Sabina llega pecaminoso a su casa llena de vírgenes y santos tras una noche de locura. Arroja el bombín a la percha sin atinar. Entra en la cocina y enciende sin mirar el microondas. No necesita mirar, sabe que está allí y sueña con ella. Mientras el electromagnetismo hace su trabajo, el artista saca el pan del cajón. Lo abre con habilidad para darle una rápida untada con unos gajos de tomate que guarda en la nevera. Chorrito de aceite sobre el pan jugoso. Abre el horno y allí aparece humeante su amarilla diosa. La introduce en el pan y lo aprieta para que todos los sabores se incorporen. Abre la que será su última cerveza del día. Mira el bocadillo sonríe. Amalgama cósmico.

Chuan, Gema y David

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