viernes, 1 de octubre de 2010

Bocaditos de sobrasada y currywurst

Dos asuntos rompieron la rutina matinal de Cisco Cerrada aquella mañana de verano. El primero fue la extraña, por poco habitual, necesidad de atar la fina correa de cuero al collar de Cinteta y salir a pasear por el parque. Gesto que la perrilla agradeció orinando mientras saltaba de alegría sobre sus entumecidas patas traseras. El segundo le asaltó al encontrarse algo más que propaganda en el buzón de vuelta a casa. Entre papeles que promocionaban comida basura encontró una hoja arrancada de una libreta manuscrita. No reconoció la letra, pero algo dentro de él le sugería que aquello formaba parte de su nuevo plan de vida. Llevaba semanas pensando en volver a salir de la circulación. No tanto por urgencia económica, pues todavía le quedaban varios meses de subsidio, con los que podría ir tirando sin muchos excesos. El hecho era que llevaba demasiado tiempo encerrado en su caparazón y crecía la sensación de que la vida le pasaba de refilón ignorándole más de lo que lo hacía él mismo. Además, pensaba, el caparazón siempre estaría allí, esperándole sin reproche, cual Penélope. No tenía nada que perder. Elaboró, con ayuda experta un currículo actualizado y se dispuso a salir al mundo real, con las personas de verdad.


Guardó la nota en el bolsillo y, tras abandonar a Cinta en el pasillo de casa, salió al bar de abajo a despejarse con un carajillo muy dulce y con el sonido a cucharillas que siempre reinaba en el establecimiento a aquellas horas. Advirtió que la letra parecía de un colegial o de alguien a quien se le estaba olvidando escribir a mano. Estaba en lo cierto. Era de su vecino del piso de arriba, Andrés, el informático.

Pasa rápido. Cuando puedas. Es Urgente. Tengo noticias y hambre.
Andrés

- Vaya con el señorito- Interrumpió Romina, la camarera- Parece que has encontrado tu media naranja- Nada denotaba su acento rumano salvo un ligero deje en las erres- El caballero parece todo un dandy. No hay quien te reconozca. Hasta pareces más delgado-


- No me jodas Romina y no empieces como siempre- respondió arisco Cisco- He recibido buenas noticias y estoy contento. Algo se notará ¿no?- Apuró una gran calada y añadió- Además no debes meterte en los asuntos de los clientes. ¿No te lo había dicho nadie?- Apuró el carajillo y señaló el vaso con gesto de pedir otro- A éste échale café de verdad, que para brebajes ya tengo al lado la farmacia- La camarera, ignorando el comentario y sin perder el gesto de sarcasmo retiró la taza y se dió la vuelta hacia la máquina de café.


La impaciencia por saber de qué se trataba el asunto le hizo decidir que, aquella vez, no podía perder tiempo en preparar, como era habitual, alguna receta sabrosa para aquel extraño tipo. Así que optó por llegarse a Dulces y Hojaldrados Lalmolda y adquirir una enorme bandeja de saladitos de sobrasada que, con medio minuto de microondas, crujirían en la boca del asceta informático. Subió rápido las escaleras, y sin parar en su piso, subió hasta el cuarto y aporreó la puerta hasta que Andrés apareció más estrambótico que nunca. De no ser por el batín color salmón que apenas cubría sus vergüenzas, aquel tipo representaba la viva imagen de un profeta bíblico, de regreso de una larga vigilia para predicar a su pueblo.

- No pierdes el tiempo, vecino- dijo a modo de saludo el informático, haciéndose a un lado para que entrase- Si no fuese porque anoche no me acosté diría que has madrugado mucho- un ataque de tos líquida interrumpió sus palabras. Entraron al salón sorteando pilas de libros y caminos abiertos entre miles de revistas viejas esparcidas por el suelo.

- El caso es que has tenido más suerte de la que esperábamos- afirmó, sentándose en una de las dos incómodas sillas que se disponían delante de la mesa del ordenador- Pero antes, si no te molesta, háblame del impuesto revolucionario, que llevo desde ayer con unos mareos tremendos. Creo que no he comido nada desde tus morcillas del otro día.


Sentado frente a él y sin decir una palabra, Cisco ya había dejado sobre la mesa el paquete abierto por el que asomaban los rojizos y grasientos hojaldritos- Estarán mejor si los calientas un poco- Antes de terminar sus palabras, Andrés ya tenía la boca llena, y como era habitual, una estrecha línea de aceite se deslizaba por su barbilla. Fenómeno que el actor achacaba a la maltrecha dentadura de aquel tipo, que dejaba varias vías de escape libres para la salida de todo tipo de sustancias de su boca. Reprimiendo lo repulsivo del asunto, Cisco se apresuró a preguntar- ¿Tenemos ya alguna oferta seria?-

- Bueno- respondió con la lentitud necesaria para crear un clima de expectación.- Lo cierto es que sí. Los idiomas son siempre una gran baza en este país. Piensa que los idiomas no son nuestro fuerte y …-

- Suéltalo ya y no seas tan mamón- Interrumpió- Déjate de discursos y dime de qué se trata-

-Que poca consideración con alguien que pasa días sin tener conversaciones humanas- Ironizó consigo mismo el informático- Bueno, está bien, iré al grano- Se abasteció con otra media docena de saladitos y continuó- Se trata de una empresa que, básicamente, se dedica a subcontratar encargos literarios de grandes editoriales. Deben tener cientos de negros trabajando para ella. Los peces gordos pagan una pasta por el trabajo y estos corsarios ofrecen una miseria a los curritos que lo llevan a cabo, pero, en fin, si estás convencido de dejarte timar otra vez por el sistema- Cisco iba a cortar esta nueva reflexión cuando Andrés con un gesto hizo ver que no era necesario- La tarea es la siguiente. Cada semana debes enviarles un nuevo capítulo y, si no hay retrasos y el resultado es correcto, ellos te mandarán un cheque al portador a tu domicilio cada cuatro envíos. Algo parecido al cobro mensual. Todo en negro, claro está- Volvió el ataque de tos- No es un sistema muy normal, pero parecen gente cumplidora, por lo que he podido averiguar en varios rastreos- concluyó, ya entre gorgojos de flemas.


-Todo eso está muy bien- ignoró lo que ya se había convertido en una sinfonía de todos los sonidos que era capaz de producir un cuerpo humano a nivel nasal, oral incluso anal- Pero lo que me interesa en este momento es saber de qué tengo que escribir capítulos. ¿De autoayuda o de novela de caballería?- Ironizó Cisco.

Sonrió el ya calmado informático ante la inquietud que había logrado inyectar en su vecino- Semblanzas, querido, te piden semblanzas. Y a doble idioma. –original en Castellano y su traducción al alemán adjunta en cada documento semanal. No sé quién coño invertirá en un libro así, o si será para alguna publicación pastelera de esas que gustan a los europeos del norte- Continuó, ahora serio, pues advirtió de que el cupo de comprensión de Cisco estaba más que agotado- Lo que te piden es que cada semana escribas una comparación entre una receta de cocina y un artista. Principalmente escritor, pintor o músico, que hoy parece ser que son los que más salida tienen. También tienes que firmar un contrato de confidencialidad y cederles todos los derechos sobre la obra. Sin duda- aclaró- al editarse llevará la firma de algún famoso, ya sabes cómo funciona esto-


- Comprendo- Meditó Cisco levantándose y caminando hacia la ventana, inconscientemente buscando referencias al mundo humano- Pero la extensión, el modo de envío, el contacto con la empresa… en fin todos los detalles-

- No te preocupes por nada de eso. Sabes que de la intendencia me encargo yo- Golpeó dramáticamente su pecho con la palma de su mano- Y sin más comisión que la habitual. Ya me imagino un manjar de los tuyos semanal y se me hace la boca agua- Esta vez barrió todos los pastelitos que quedaban en la bandeja y fue metiéndoselos a la boca a un ritmo que a Cisco le pareció frenético para aquel escuálido personaje.- Tú no te preocupes más que de pasarme, a mano claro- Sabía de la enemistad de su vecino con los ordenadores, pero no quería hacer leña por esta vez- Cinco folios ingeniosos donde alguna receta bien explicada haga recordar a algún autor. Relacionas el plato con la obra del mismo. Extraes una conclusión original y fiesta. Yo lo tecleo, maqueto, envío y a esperar el cheque. Eso es todo- Concluyó Andrés

-Entiendo, pero sólo lo aceptaré con una condición- Fijó su mirada en su interlocutor señalándole a modo de advertencia- Ni una palabra sobre la explotación del débil, la colaboración con el sistema capitalista, la visión pequeñoburguesa del mundo ni hostias de esas. Todo profesional. Yo escribo y tú comes y listo. Cada uno en lo suyo. Tú verás si te comprometes-

Le parecía a Cisco que ya nada le sorprendería de aquel tipo, pero era una caja de sorpresas. Tras dar un barrido por la grasa que la sobrasada había dejado en la bandeja con los dedos y llevárselos a la boca. El individuo se levantó de la silla, se estiró el batín que ya dejaba al descubierto los genitales al completo y con una actitud digna se abalanzó sobre el actor y le obsequió con un largísimo abrazo, que a Cisco le pareció extrañamente sincero.



Semblanza primera:

Currywurst berlinesas y Francisco de Quevedo

Redundancia y austeridad. Dos condiciones que enlazan el siglo de Oro hispano con la gastronomía popular de barrio berlinesa de nuestros días. Redundancia, en el caso de Quevedo, que se refleja de manera nítida en un dejar caer paradoja sobre paradoja. Una, machacando la esencia de la anterior, y esperando ser aplastada por otra más ingeniosa y de un calado mayor. Jerarquía intelectual de ideas sorprendentes que desmontan unas a otras en una espiral que nos dibuja la mejor y más moderna expresión de relativismo que nadie haya dado en la historia. Cualquier idea racional queda ridiculizada por una visión absurda y verdadera, que será cuestionada y vencida por un nuevo orden racional. Nunca cierra el narrador un círculo donde mente y corazón pugnan por dar una explicación válida del mundo. Ambas visiones resultan acertadas y fallidas a la vez, anticipando siglos la teoría del caos, que teñirá todo el siglo XX de una incertidumbre de la que Quevedo supo escapar, allá por el siglo XVII. La solución es simple, querido Eisemberg, el humor. Regreso a la comedia clásica. Fin del rompecabezas. La explicación del mundo no es otra cosa que el método aplicado para buscarla, en el caso que hoy nos atañe, la paradoja. Además de paradójicamente redundante, la afamada y nunca suficientemente valorada salchicha de curry berlinesa contiene en su espíritu el sentido de profundidad absurda quevediano. ¿Por qué aliñar con una salsa de tomate al curry un trozo de carne embutida ya sobradamente elaborado con la sabrosa y picante combinación de especias? ¿No era suficiente con una de las dos condiciones? Está claro, el espíritu hegelianogermánico, el Volkgeist, no se conformó. Consideró, el alma creadora berlinesa, que el mundo estaba dividido en dos grandes agrupaciones humanas (y no creo que estuviese muy desacertado en su apreciación) Por un lado las personas que aprecian más el ingrediente base de cualquier comida, en este caso la salchicha, y en frente las que valoran más el condimento, y que incapaces de fijar la atención en el corazón esencial de la receta, lo hacen en lo contingente, en su salsa. Profundidad frente a superficialidad. ¿Qué define más un mundo? ¿Lo inmutable o su apariencia? ¿La verdad o su reflejo sensible? Tampoco la currywurst nos ofrece más respuesta que Quevedo. Ambos ofrecen el conjunto redundante como explicación. Paradoja sobre paradoja cual tomate sobre salchicha. La vida, la verdad, el conocimiento,  nunca puede ser cerrado y absoluto, sino dispar y variable. Ese es el mensaje que une siglos y pueblos tan distantes.

La segunda idea conectora de nuestros dos protagonistas es la austeridad, quizá en el caso de la literatura debiéramos denominarla parquedad con más exactitud. No cae el poeta y narrador español en ningún guiño al uso. Directo en sus objetivos. Escaso en el número de mensajes que desea transmitir, inversamente proporcional a la profundidad de los mismos. Artista total, pues se centra en tratar de desvelar, y lo logra,  la verdadera naturaleza humana. Consigue a través de sus comedias y poemas lo que otros, menos afortunados, no pudieron transmitir, ni siquiera sacrificando sus vidas, como el caso de Jesucristo o Ernesto Guevara por poner un par de casos. En este caso, eso si, vemos en nuestra amiga, la salchicha, un ejemplo más claro de lo que Quevedo quería conseguir a través de la ausencia de complementos inútiles. La clave está en el pan. De manera explícita, el fantasma de las calles de Berlín, proclama el reino de la ausencia de lo accesorio en los panecillos. ¿Quién ha visto en algún lugar del mundo, en cualquier época de la historia, un panecillo menor que el de este preciado bocadillo que hoy nos trae al caso? Imposible encontrar, por mucho que se indaguen sus huellas nada parecido. Frente a la siempre generosa salchicha nos encontraremos en un eterno concurso entre locales callejeros para ver quién es capaz de servir el panecillo más pequeño. Gloria al vencedor, parece ser el mensaje oculto del vendedor cada vez que sirve un hermoso embutido cubierto de granate salsa picante con un escueto panecillo que apenas cubre la parte central del mismo y que, por muchas veces, resulta inútil para la tarea encomendada, no mancharse los dedos. La importancia dada al mensaje que transmite salchicha y salsa no puede ni debe bastardarse ni disimularse con alguno de los suntuosos y ricos tipos de pan imperantes en Germania. Existe la materia prima. Mejor y más abundante que en cualquier lugar del mundo. Así llama la atención la alevosía con la que la ciudad trata el asunto. La adulteración de la lógica aristotélica en ambos casos asalta al lector y al comensal de manera casi irritante. Lo recto y cabal sería la abundancia de mensajes y argumentaciones en el caso de Quevedo y la presencia de un generoso y fibroso pedazo de pan acunando la especiada combinación salchichera.

No existe explicación de la naturaleza del mundo ni de la del alma del ser humano, pero la imagen de un Quevedo, Cruz de Santiago al pecho y redondas lentes sobre breves narices, esperando delante de un puesto de salchichas en una esquina de Under den Linden para cenar, caminando por la elegante avenida, haciendo equilibrios con un bocadillo de escaso pan que llenará de rojos borbotones sus negras mallas. ¿El sentido de la vida? Tal lo tenéis delante.


*Las currywurst del Prater siguen siendo las más buscadas por las hordas de extranjeros que buscan el verdadero sentido de la vida


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